Nombres propios

Entrevista a Pablo Heras Casado: cocinar con la batuta

Pablo Heras Casado
Foto: Patricia J. Garcinuño

A sus 42 años, a Pablo Heras Casado se le puede considerar todavía, cronológicamente, joven. Fue, incluso, ‘joven prodigio’ de la batuta, el más internacional y renombrado de los jóvenes directores españoles (valga la redundancia) de orquesta. Ahora que su precocidad no es lo primero que llama la atención, el granadino ha podido hacer realidad un viejo anhelo: la grabación de dos de las obras fundamentales –El sombrero de tres picos y El amor brujo– de uno de los más grandes compositores españoles de todos los tiempos, Manuel de Falla, al celebrarse el pasado 2019 el centenario del estreno de la primera de las obras citadas en el Alhambra Theatre de Londres.

¿Qué representa para ti El sombrero de tres picos y qué ha hecho plantearte su grabación más allá de la efeméride del centenario?
El centenario ha sido la excusa para adelantar la salida del disco y no esperar un año más… El disco coincide con un acontecimiento, pero está motivado por mi convicción de que El sombrero de tres picos, una obra tan conocida, sobre todo en el ámbito español, es mucho más que un ballet folclórico con música preciosa de Manuel de Falla: es uno de los momentos álgidos de la creación artística española en la historia, donde coinciden y se compenetran personajes de la talla de Manuel de Falla, Gregorio Martínez Sierra, María de la O Lejárraga, Picasso, Serguéi Diaghilev y los ballets rusos y el coreógrafo Léonide Massine. Se trata de una de las cumbres de la creación artística universal, que se tutea con la Petrushka de Stravinski. Es un producto de la vanguardia europea, no sólo de la española. Tiene su germen en el ambiente del París de los años diez y veinte del siglo pasado, y este centenario es una buena excusa para revisitar ese momento, esta obra, y hacerle justicia desde un ángulo mucho más radical, moderno y arriesgado. Es una obra contemporánea y moderna, mucho más que un ballet folclórico español. Y era un ‘niño’ muy deseado desde hace más de diez años, así que este era el momento adecuado para hacerlo.

En el ámbito del pop y el rock, los discos son el ‘pretexto’ para la gira posterior… ¿Va a ser así con este álbum? ¿Vas a dirigir un programa Falla por los auditorios del mundo?
No suele ir aparejado así en el mundo de la clásica. A veces es, incluso, al contrario: el disco se construye y se forja en una gira que ya se ha realizado. A lo largo de la pasada primavera y del verano hemos ofrecido una pequeña gira por Holanda, Alemania y España, y el disco ha salido después. Es el resultado de un período intenso de ensayos y de trabajo en gira, que es donde se va ‘haciendo’, va cuajando y madurando en contacto con el público. ¡Ese es el momento perfecto para grabarlo!

¿Los discos de música clásica han sufrido también los avatares de la crisis de la industria discográfica pop o, por el contrario, es un ámbito que ha podido mantenerse más o menos incólume?
Esta moneda tiene dos caras. En una, la crisis del sector tiene mucho que ver con el formato en sí. Hoy día, el acceso a los contenidos audiovisuales han cambiado radicalmente y han hecho que cambien la televisión, el cine y la música. Ha cambiado de una forma drástica el modo en que esos ámbitos llegan al hogar. El mundo del disco ha cambiado y ahora tenemos las descargas digitales y la escucha en directo desde la nube, lo que se llama en inglés streaming… La otra cara de la moneda es que, en nuestro caso, el producto, lo que grabamos, no tiene fecha de caducidad. En el mundo del pop, su momento álgido es cuando aparece como novedad, pero luego desaparece. Suele ser la norma. En nuestro caso, cualquier grabación de un gran artista de clásica no pierde vigencia ni actualidad y tiene un recorrido muy largo. Y los buenos discos se van convirtiendo en referencia y ganan prestigio y se buscan cuando han pasado dos, cinco o diez años. Se convierten, a su vez, en ‘clásicos’: tesoros con una vida muy larga.

Cuando decides organizar un concierto, ¿cómo eliges lo que vas a dirigir?
En función de infinidad de factores, en base, por ejemplo, al contexto, al lugar, a lo que se ha programado en ese espacio o en esa ciudad los años inmediatamente anteriores, con el objetivo de no repetir y que el público tenga una variedad. En mi caso depende mucho, también, de con qué orquesta sea. Hay orquestas que son más propensas a un repertorio que a otro… y hay solistas que tocan un repertorio mejor que otro. Depende, también, del número de ensayos que puedas realizar. Si dispones de tiempo puedes permitirte programar obras más desconocidas para la orquesta.

¿Es comparable al papel prescriptor de, por ejemplo, un locutor de radio?
Sí. O al de un chef de cocina, que crea un menú que tiene un recorrido desde que empieza con el primer aperitivo y llega al postre con una idea estética o de sensaciones unitarias. Yo intento que en mi programa, con todos los factores que he enumerado, haya la mayor variedad estética y de estilos posible.

¿Compones?
No. Hace muchísimo tiempo, unos veintitrés años, intervine en la fundación del grupo experimental Ensemble Sonóora, en Granada, pero no es algo que me plantee ahora. Me encuentro muy bien en el papel de intérprete.

¿Y cómo te dio a ti por la música clásica y no por el rock o el flamenco? ¿Lo mamaste en casa?
No, son elecciones que haces en momentos. No tuve ninguna referencia previa, ni en casa, ni en la familia, ni en la ciudad. Fue algo que surgió espontáneamente, de una manera muy lúdica y fresca: me empezó a interesar este tipo de música, sin más, cuando empecé a conocer la música, cantando en coros. Así empecé a conocer repertorios y me fue atrayendo cada vez más. Ha sido todo muy progresivo.