Mi hijo Leo es hiperactivo. No es un decir, es un diagnóstico médico. Tiene sus inconvenientes, claro, pero no voy a entrar en ellos. Prefiero centrarme en las ventajas. Sí, ser hiperactivo tiene ventajas, muchas, de hecho, han sido definidas y analizadas a través de diversos estudios psicopedagógicos.
Por ejemplo, se puede afirmar, sin ningún riesgo de error, que el ingenio y la hiperactividad van de la mano. Para ser creativo hay que ser capaz de afrontar la realidad de forma desordenada, algo que resulta muy fácil para personas que siempre van contra el sistema y que piensan de forma divergente por naturaleza.
Cuando una persona con hiperactividad afronta una tarea que le gusta, lo hace con absoluta pasión y entrega, esto los convierte en líderes natos, capaces de contagiar su energía a los demás.
Por otro lado, las personas con este trastorno poseen habilidades especiales para descifrar enigmas y resolver problemas. Esto tiene que ver mucho con la forma creativa de afrontarlos, pero también, con la pasión, casi obsesiva, con la que se enfrentan a los retos.
Otra de sus habilidades es el ‘hiperfoco’, que les permite abstraerse absolutamente en la realización de una tarea, o prestar toda su atención de forma selectiva a un detalle en particular. Cuando una persona hiperactiva se concentra en algo que le apasiona, es capaz de realizar cualquier cosa que se proponga, de conseguir logros excepcionales.
Es cierto que, desde pequeños, los hiperactivos parecen tenerlo todo en contra, y que sufren el rechazo de una gran parte de su entorno. Sin embargo, se sobreponen con facilidad y no cesan en su empeño de tratar de encajar. Este espíritu de lucha les lleva a no dejarse amedrentar por los obstáculos, a tener un espíritu de sacrificio muy superior al del resto de los mortales.
El ingenio de los hiperactivos está relacionado –sobre todo– con la velocidad a la que son capaces de generar ideas sin ningún filtro. Muchas de ellas serán extravagantes, y quizá no aportarán ninguna utilidad, pero ojo, algunas pueden encerrar verdaderos tesoros.
Por si fuera poco, las personas hiperactivas son extraordinariamente empáticas, con facilidad para relacionarse e identificarse con los demás, y desarrollan un gran sentido del humor.
Cada mañana, cuando lo llevo al colegio, Leo convierte el trayecto en un interrogatorio constante. «¿Cómo respiran los peces en el agua? ¿Por qué son tan redondos los planetas si surgieron de una explosión? ¿Adán y Eva descienden también de los monos? ¿Qué temperatura hace ahora en Alaska? Yo intento responde a todas sus preguntas, como si jugáramos al Trivial.
He aprendido a ver en su curiosidad por todo y por todos, otra de sus cualidades que intento cultivar. «Creatividad es hacerse preguntas».
El pasado sábado, la revista Time, una de las publicaciones más importantes e influyentes del planeta, famosa por esas portadas que nos permiten entender la historia del último siglo y sus protagonistas, dedicó once páginas en su primer número de este nuevo año al último gran descubrimiento de Ángel León.
No es un número cualquiera este de Times, su portada está protagonizada por una pareja de inmigrantes turcos vestidos con batas blancas, son Ugur Sahin y Öezlem Türeci, los descubridores de la vacuna contra la covid-19.
Yo guardo algunos números de esta revista, lo hago porque, como buen esteta, me apasionan los diseños de algunas de sus portadas, pero también porque intuyo que el tiempo convertirá algunos de esos números en objetos de un gran valor simbólico. El número del 9 de enero de 2021 es –sin lugar a dudas– uno de ellos.
Más que un descubrimiento, lo que Ángel y su equipo han presentado al mundo es una verdadera revolución. Un hito que excede, en mucho, a eso que llamamos de forma simple ‘gastronomía’, y que en este caso concreto afecta a la ciencia, a la agricultura, a la seguridad alimentaria y me atrevería a decir que a toda la humanidad.
La zoostera marina ya estaba ahí, estudiada por la biología marina desde hace mucho, protegida como especie por su escasez en mares y océanos de todo el planeta, pero a nadie se le había ocurrido no ya comer la semilla que esconde, sino la posibilidad de cultivarlo a gran escala en un hábitat idéntico a aquel en el que siempre ha existido, pero controlado.
La revolución de Ángel no es sóo entender esta especie de arroz marino con apariencia de quinoa como un nuevo alimento, sino querer convertirlo en una posible forma de alimentar a un mundo sumergido al 70% en agua salada, y en el que 820 millones de personas pasan hambre.
Tengo la enorme suerte de haber vivido en primera persona este proceso, desde el día en que Ángel entendió que aquello que habían descubierto, como consecuencia de mirar con hambre, con infinita curiosidad, ese mar que él ha convertido en obsesión desde los tiempos en los que el ‘pingüino’ salía a pescar con su padre, debía ir mucho más allá de una efímera ponencia en un congreso gastronómico.
El valor y trascendencia de una noticia se mide, también, por el medio que la anuncia y la comparte con el mundo.
El 10 de agosto de 2003, otro reportaje, en otra revista –el Magazine de The New York Times–, cambio para siempre la historia de la gastronomía de la mano de un chef catalán que lideraba una revolución marcada por la libertad.
Aquel reportaje, aquella formidable acción de comunicación, es el espejo en el que Ángel ha querido mirarse para liderar otra revolución, en la que –de nuevo– un cocinero se convierte en referente absoluto no ya de una creatividad motivada por la libertad, sino de su inmenso valor para lograr dar respuesta a retos de enorme trascendencia.
Si el Magazine de The New York Times convirtió a Ferran y a España en los nuevos paradigmas de la creatividad gastronómica mundial, Times ha convertido a Ángel León en el referente absoluto de un nuevo tiempo, donde la gastronomía es, además, útil y trascendente.
Los cocineros se han convertido, por méritos propios, en punta de lanza de la creatividad y la innovación en nuestro país. No es fruto de la casualidad, sino de metodología, de aplicar procesos en los que el largo plazo, la investigación, la inversión (de tiempo y de dinero), el conocimiento compartido, y la incorporación de más y más talento en equipos cada vez más multidisciplinares generan logros impensables hoy en esas otras disciplinas que, hasta hace muy poco, miraban por encima del hombro a los cocineros.
Pocas veces en mi vida he sentido, de una manera tan clara, que se me confiaba un secreto de un valor tan estratosférico, que se me invitaba a contribuir a lo que –en aquel momento– era ya mucho más que una intuición.
No es fácil guardar un secreto, mucho menos si se trata de algo que puede ayudar a cambiar un mundo necesitado, más que nunca, de buenas noticas, de luz en medio de una oscuridad casi apocalíptica.
He sido testigo de estos años de trabajo e investigación, del extraordinario esfuerzo económico por parte de un tipo que, como buen capitán, no se achanta, y se crece ante las adversidades y las tormentas. Pero también han sido años de incredulidad, en los que he asistido, con tristeza, a la escasa ambición, a la estrechez de miras de muchas personas, estamentos y organizaciones, a las que Ángel invitaba a sumarse, a remar, ante la enorme dificultad de un viaje que no admitía vuelta atrás.
Todo el mundo habla de la creatividad, como si fuera la consecuencia de un instante de lucidez, de un momento de inspiración, un chispazo, un don reservado a unos pocos. Casi nadie habla del tesón, esa actitud, mezcla de firmeza y perseverancia que uno pone en la consecución de algo.
Recuerdo, en una de mis conversaciones con Ángel, en lo más alto de ese barco varado entre marismas que es Aponiente, hablarle de Leo. Transmitirle mi temor, mi preocupación por el futuro. «Tranquilo, cabeza, yo también soy hiperactivo, y no me ha ido tan mal». Oído cocina.
Hoy, de camino al colegio, le he contado a Leo que mi amigo Ángel ha descubierto algo maravilloso que puede ayudar a que el mundo sea un lugar mejor. Le he hablado de su pasión por el mar, de lo maravillosa que puede ser la profesión de cocinero, de su inmensa generosidad y, por supuesto, le he dicho que el mundo necesita gente como Ángel, gente como Leo: empáticos, ingeniosos, entusiastas, intuitivos, curiosos, creativos, divertidos, sensibles, luchadores, obstinados… hiperactivos, en un mundo detenido que necesita volver a moverse.
Jorge Martínez es un diseñador y creativo publicitario que desarrolla proyectos multidisciplinares con los que ha conseguido numerosos premios y reconocimientos internacionales.
‘Pastillas contra el dolor ajeno’, una de las más conocidas, ha sido considerada por el sector publicitario la mejor idea de la última década en nuestro país.
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