La entrada majestuosa de Koy Shunka, tienes que agacharte para entrar, como una reverencia, si los japoneses tuvieran sentido del humor sería hermoso pensar que lo han hecho adrede, el pasillo negro y oscuro como el silencio, unos círculos de luz en el suelo, es la más memorable entrada de un restaurante occidental, todo nos sobra, todo lo sabemos, hacía tiempo que te esperábamos, bienvenido, este también es tu reino. Ningún otro espacio como este de Koy Shuka, ningún otro pasillo hace crecer tanto en ti la expectativa, lo brutal que te espera y que ha de arrasarte como nunca nada antes. Llegas a una pared que de repente se abre y entras al renovado restaurante, todo muy bien puesto, muy suave, y feliz de encajar en una disposición tan serena de las cosas te sientas en la barra y justo en aquel momento culmina la gran experiencia de haber ido a Koy Shunka. La poderosa entrada, el sensual espacio.
Es desde luego un gran acierto haber llevado a cabo esta reforma, porque era mucho más difícil e incierto renovar el interés de la cocina de Koy Shunka. Los platos son de una gran belleza, muy bien dibujados, pero poco emocionantes. Entre que la creatividad después de El Bulli se parece mucho más al silencio que a cualquier otra cosa, y ese gusto de los “japoneses auténticos” por las tonalidades bajas, para mantener intacta “la pureza del producto”, muchos de los platos del largo menú hay que estar demasiado atento para distinguir qué estamos comiendo. Entre plato y plato, como los minutos musicales y las soluciones de continuidad de la tele de antaño, prepara Hideki niguiris uno a uno y son cada uno de ellos lo más logrado de la velada. No llega al nivel de Matías Santangelo en la barra de Nobu, pero están muy por encima de cualquier otra barra de sushi de España.
Volviendo a los platos es agotador el absurdo furor que los japoneses sienten por el atún. Un poquito está bien, pero el exceso de hacerte comer todas las partes del cuerpo, sin ahorrarte el horror de mostrarlas en su forma natural, seccionada del cuerpo del animal, es muy desagradable. Yo es que salí de Koy Shunka con aliento de orca y estuve haciendo mini eructitos toda la tarde que me recordaron las tardes de mi adolescencia cuando me escapaba del colegio y me colaba al Aquarama del zoo de Barcelona para abrazar a la orca Ulisses. Compraba sardinas en la Boquería, me las escondía como un idiota en el bolsillo del Barbour, me colaba en el parque por la puerta de los empleados, y cuando calculaba que habían salido a fumar o a merendar subía a la piscina, me ponía donde los entrenadores, me sacaba el paquete de sardinas y caballas del bolsillo, lo desenvolvía y se las tiraba también una a una, como los niguiris de Hideki, y ella -que era él, porrque era una orca macho- sacaba la cabeza del agua y yo podía acariciarla. ¿Has olido alguna vez el aliento de una orca? Yo he olido aquel aliento, tremendo, aunque era tan mágico poder tocarla que todo lo demás no me importaba.
Ha pasado el tiempo, Ulises tiene 46 años, tres menos que yo, y vive en el SeaWorld de San Diego, que ya no realiza espectáculos con orcas por culpa de un reportaje muy mal intencionado -Blackfish- que las presentaba como si fueran personas con sus derechos y deberes. Bien, en cualquier caso yo le guardo a Ulises mi emoción, mi gratitud por el tiempo que pasamos a solas, y me gustaría un día ir a verte a América para decirnos el último adiós para el que nunca tuvimos tiempo mientras dejaba la escuela.
Pero espero que no te moleste que te diga que no es plan estar toda la tarde de un jueves oliendo a tu boca por las calles de Barcelona. Espero que no lo tomes como un desprecio, porque no lo es, además del disgusto que me venía con tu aliento, de pensar lo que hacen con vosotras los japoneses. Suerte que escapaste, Ulises.
Koy Suhunka es una bella manera de pasar cuatro horas en Barcelona, pero es importante no dejarse arrastrar por el típico menú innecesariamente alargado por chefs como esposas que ya no tienen en verdad nada que decir y hablan, hablan, hablan y no hay manera de que se callen. Un menú de niguiris, sólo niguiris, sólo minutos musicales, sin los programas, y dar cuenta de la excelente carta de sakes es mucho más inteligente, efectivo, productivo, y luego cuando igualmente el almuerzo te cuesta 350 euros por persona, no es que lo valga, pero por lo menos no has pasado un mal rato entre atunes retóricos, descuartizados, recortados, trinchados y que nunca supieron saltar y tocar una pelota, ni ningún niño se escapó del colegio para poderlos acariciar.