Opinión Salvador Sostres

El fin del ciclo creativo y la poesía social

Cuando a los poetas se les acaba el talento recurren a la poesía social y buscan en el dolor colectivo un envoltorio para esconder su falta de inspiración. Lo hizo Neruda pero no es el único que lo hizo. La poesía social ha dado algunos himnos y pancartas memorables pero nunca ha mejorado la obra de un genio que lo era antes.

La creatividad no sólo se apaga en los poetas. También en los cocineros se apaga desde la era en que Ferran Adrià explicó al mundo entero que la gastronomía era una disciplina artística. Ante este final de ciclo o este final de potencia creativa alrededor de una disciplina, lo más humilde y lo más correcto es retirarse. No hay ningún talento creativo que pueda durar para siempre. Si la vida es efímera, la capacidad artística todavía lo es más, y no tiene que verse esto como una vergüenza o como un signo de mediocridad sino como la natural efervescencia de las cosas y lo condenados que estamos todos a ser breves y trágicos. También los cocineros más tradicionales son la expresión en el lienzo de una era, son ese trazo, y lo eran antes de la eclosión de Ferran, y lo que hoy nos parece gustoso y nos da placer, pasa los años y se vuelve pesado y poco interesante y no es porque aquellos canelones o aquel puré haya empeorado, sino porque nosotros hemos viajado y hemos visto y comido cosas que nos han hecho mejores. Robuchon se dio cuenta y cerró Jamin.

Pero volviendo a la cocina más creativa e incluso espiritual, a la cocina más trascendente, está empezando a cuajar la tendencia de mezclarse con el llamado compromiso social. Hay una línea de supuesta creatividad gastronómica que se la pasa reflexionando sobre las guerras, la contaminación del mar o las desigualdades sociales. Son aspectos que es peligroso agitar si no se quiere caer en la pedantería, la fatuidad y en la desnudez de ponerse en evidencia como Neruda cuando se dedicó a la poesía social.

Es importante entender que las cosas tienen un final. Es importante asumir la propia muerte. Primero es la muerte creativa y luego es la muerte un poco más orgánica. Es imposible vivir siendo un genio todos los días de tu vida, y aunque es noble y digno que te pelees por conseguir tirar de tus límites un poco más allá, has de hacerlo con las herramientas justas, las que no te convierten en una parodia de ti mismo que degrada todo lo que hiciste con anterioridad y si mereció la categoría artística. El mayor enemigo de un genio cuando pasa el tiempo es el propio genio. La oscuridad, la opacidad del propio genio que se apaga y no puede resistirlo y busca rasgar las tinieblas aunque sea al precio de llevarse por delante el prestigio de las obras que hizo en su edad luminosa.

Podemos hacer que nuestros días sean inmortales aunque sepamos que la vida es breve. Pero es importante distinguir los restos de esperanza que aún nos quedan del mucho silencio que tendremos que aprender administrar para que alrededor de nuestra obra quede un razonable eco que la pueda envolver de misterio para lanzarla a la eternidad.