Acabo de descongelar mi refrigerador. Prefiero llamarlo así que nevera. Nevera es también una palabra fresca, que me suena a aquellos neveros de la sierra de Madrid donde se guardaban las barras de hielo en verano, en cuevas, para transportarlas a la ciudad y cortarlas para los gin tonics de Chicote. Refrigerador me gusta más, quizá porque sea aguda, qué sé yo, o porque tenga doce letras.
El refrigerador sin electricidad es un pelele, lloriquea agua aunque tú lo seques a fondo. Protesta y te quema las manos si eres de esos impacientes que les gustaría que se descongelase ipso facto. Al acabar me quedo con la sensación de que el congelador
del refrigerador es como el cuarto de los trastos, como esa caja de galletas donde uno guarda la botita del niño o el diente del ratoncito Pérez. “¿Para qué diablos habría guardado yo ese paquete de ajonjolí?”, me pregunto intentando tirar de Carbono-14 para saber qué día lo ultracongelé.
Saco la fregona, limpio el suelo de cataratas, tiro de Spontex (que para los de mi generación es sinónimo de balleta amarilla) y dejo el refrigerador como si fuera un templete en la aldea del Rocío. Echo el resto a una Olla Gitana “multicultural”, ya por la tarde jugaré a imaginar que todo me va a caber dentro. Le doy al play. “Tengo un problema, cada mañana, desaparece la mermelada..” (‘Un hombre en mi nevera’, de Glutamato Ye-Yé).
P.D.: El glutamato monosódico (GMS) es un aditivo utilizado con frecuencia en los restaurantes chinos (de barrio) que produce adicción, hasta tal punto que hay quien ya afirma tener el ‘Síndrome de la comida china’ por su sensación de insaciabilidad.
*Artículo publicado originariamente en TAPAS nº 48, noviembre 2019.
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