No hay nada más agridulce que una película de Wes Anderson, ni tampoco nada más perfectamente categorizado como El Gran Hotel Budapest. Aunque el enfoque del director tejano parece estar en su visión perfecta del mundo con personajes bien trazados y una estudiada composición, afloran toques inteligentes, algo absurdos pero visualmente apetecibles, como los pasteles de Mendl’s: los courtesan au chocolat.
Y es que, aparte de ser ópticamente atractivos al más puro estilo de una caja de muñecas, estos dulces juegan un papel crucial en toda la trama. Como en esta escena en la que Zero, el aprendiz de botones, y Agatha, la joven pastelera que trabaja en Mendl’s, introducen a escondidas dentro de los dulces las herramientas necesarias para que M. Gustave, el legendario conserje del famoso hotel europeo en Zubrowka, pueda hacer un agujero en su celda y así escapar de la cárcel en la que se encuentra, ya que ha sido acusado por el asesinato de Madame D.
De este modo tan disparatado pero a la vez optimista, Wes presenta una lectura única sobre la condición humana, resolviendo los problemas con toques de fantasía algo surrealistas y brindando una vía de escape de la cotidianidad a través de unos dulces.
Pero Mendl’s aparece durante toda la historia a modo de hilo conductor en un mundo rosa chicle, y sirve tanto de gran mascarada como de colchón de la enamorada pareja de Zero y Agatha, o de objeto de entretenimiento para despistar a los policías de la huida de M. Gustave.
El productor, Jeremy Dawson, lo tuvo claro desde el inicio de la película, y encargó a un chef repostero de Gorlitz, Alemania (donde se rodó gran parte del filme), que creara un dulce especialmente para esta obra maestra.
La receta
El impacto de los pasteles fue tal, que el propio Anderson decidió compartir esta receta en el cortometraje ‘How To Make a Courtesan au Chocolat’.
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