Toma Nota

Domaine de l’Ile blanco y rosado, los primeros vinos de Chanel

Botella de vino junto al mar

Normalmente hablar de Chanel es hacerlo de nuevas colecciones de moda, de bolsos icónicos o de seductores perfumes. Pero su última creación nada tiene que ver con la pasarela, aunque sí mucho con esos valores de excelencia que han hecho de la maison francesa un mito. Se trata de dos excelentes vinos, uno blanco y uno rosado, fruto de la añada 2019 de Domaine de l’Ile, la última bodega adquirida por la firma en 2019.

No es ninguna novedad que el sector de la moda diversifique su oferta expandiéndose a otros territorios, como bien hemos visto con otras muchas marcas que ofrecen productos gastronómicos o cuentan con restaurantes normalmente regentados por chefs de renombre. Una tendencia a la que Chanel también se sumó desde mediados de los 90 apostando por la enología.

Alain y Gerard Wertheimer, los actuales propietarios de la firma, fueron adquiriendo poco a poco propiedades vinícolas: tres en Burdeos (châteaux Rauzan-Ségla, Canon, Berliquet) y una en el californiano Napa Valley (St. Supéry Estate Vineyards and Winery), a las que el pasado año se sumó Domaine de L’lle, ubicada en la isla de Porquerolles, en Hyères, Francia. Un lugar idílico donde la brisa mediterránea da lugar a viñedos excepcionales de los que nacen vinos frescos y energéticos. Y que, como todo lo que rodea a la firma francesa, atesora un fascinante pasado.

Domaine de l’Ile blanco y rosado, así son los primeros vinos de Chanel

UN LUGAR CON HISTORIA

La isla sufrió un terrible incendio en el siglo XIX y el Estado francés decidió subastarla dándola como inservible. De hecho, la única persona que se interesó por ella fue François- Joseph Fournier, hombre de muchas vidas e hijo de un modesto barquero belga que se hizo rico gracias al descubrimiento de la mayor veta de oro de México, que terminó adquiriéndola en 1910 como regalo de bodas para Sylvia, su joven esposa.

Bajo su visionaria batuta, la isla recuperó su carácter agrícola y volvió a la vida, convirtiéndose en un oasis en medio del Mediterráneo. Fournier repartió las tierras entre sus cuatro hijas, y una de ellas, Lélia, a diferencia de sus hermanas que revendieron su parte al Estado, apostó por conservar su propiedad y plantar en ella viñedos, los cuales mantuvo hasta cederlos a su hijo Sébastien Le Ber, quien perpetuó el negocio familiar hasta que en 2019 confió la herencia a Chanel, dando inicio así a un nuevo capítulo de esta historia.

DOS CREACIONES ÚNICAS

Situados justo en frente de la costa de Provenza, los viñedos históricos de Domaine de l’Ile le deben su esencia a la corteza de las pizarras milenarias y a los eucaliptos y pinos que los protegen del sol. La frescura del lugar hace que el terreno ofrezca los mejores atributos para el cultivo de variedades de uvas mediterráneas. De ellas han nacido dos vinos 100% orgánicos, con notas distintivas que evocan el mar, los bosques de pinos y el viento; que saben a verano.

El blanco es afrutado, con toques de nueces, menta y eucalipto. Presenta un sabor duradero a fruta blanca, con un matiz floral y destellos verdes. En boca es fresco, con una textura casi cremosa, como una invitación seductora vigorizada por la influencia del mar.

Por su parte, el rosado también ofrece un sabor a fruta fresca, con notas en las que destaca el melón. Su aroma es enriquecedor, con delicados y brumosos recuerdos de flores blancas. Un vino fresco que revela su complejidad y procedencia a través de un tono rosa pálido y brillante.

SABIDURÍA ENOLÓGICA

Ambos vinos han sido elaborados bajo la supervisión de Nicolas Audebert, ingeniero agrónomo y enólogo, que dirige las propiedades vitícolas de Chanel desde 2015. Basándose en su experiencia en Champagne y en Argentina, Nicolas está volcando toda su energía en demostrar una profunda convicción: que la excelencia en los vinos proviene de un terreno único y del trabajo de precisión tanto en los viñedos como en la bodega.

Nacido en Toulun e hijo de un oficial de la marina, Nicolas creció con un pie en tierra firme y otro en un barco, a menudo anclado en Porquerolles. Así, familiarizado con el paisaje natural y el ambiente mágico de la isla, la gestión de Domaine de l’Ile le trae muy buenos recuerdos. “Soy consciente de la suerte que tengo de que se me haya confiado un proyecto así. La frescura del mar, el rocío mediterráneo rozado por el mistral, la simbiosis entre los viñedos y la vegetación de la isla… El entorno del Domaine de l’Ile es único y su historia es extraordinaria”.