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Pulp Fiction podría considerarse una de las mejores películas de los 90, que proyectó infinidad de secuencias memorables para la historia del cine posmoderno. Un filme inundado de gore, nihilismo y elementos culturales que, más allá de servir un bufet decadente de sustancias ilegales, lo hizo de ingentes cantidades de comida rápida que vislumbran su gran obsesión por ésta, y ayudan a entender mejor la pieza audiovisual.
Todas esas elaboraciones reinterpretadas a posteriori en todos los escenarios, tanto en el mundo real como en el ficticio, ya sea en restaurantes o en recetas virales de internet, incluyen desde la hamburguesa de queso hawaiana Big Kahuna o el batido americano de 5 dólares hasta las tortitas con bacon, los boles de cereales de Fruit Brute de Lance o los platos grasientos de cafetería de carretera. Todos ellos, esconden detrás una metáfora común acerca de lo que comemos, del consumo rápido (y sin procesar), y de todo aquello que se considera basura, empaquetado en un menú degustación para el público estadounidense.
Una oda a la ‘comida basura’
Esa simbología se plasma constantemente en la trama y las escenas no-lineales de Pulp Fiction, como podemos ver en una en la que Jules y Vince desayunan en un restaurante barato que acaba siendo atracado a punto de pistola por sus compañeros de fechorías Ringo y Yolanda.
Siguiendo la cronología de la película, se sucede otra secuencia grabada ya para siempre en la memoria colectiva. Una en la que Vince lleva a cenar a Mia, la mujer de Marsellus Wallace, al restaurante Jack Rabbit Slim’s. Un lugar icónico ambientado en los años 50 en el que piden un suculento banquete de comida rápida: un filete, una hamburguesa y un batido de 5 dólares. Uno del que, para el disgusto de Vince, acaba sorprendiéndole después de probarlo: ‘¡Maldita sea, es un batido jodidamente bueno!’.
La metáfora comestible
La forma en que se aborda y habla de la comida en Pulp Fiction es, al fin y al cabo, una metáfora de la propia película en sí, que gira en torno a cómo el consumo de comida rápida o de ‘material sórdido’ tiene más valor del que la gente se imagina o aprueba a primera vista.
La dualidad entre el goce o el placer por la comida y, por el contrario, el desprecio por ésta, se reproduce simbólicamente en la pantalla en forma de conversaciones gastronómicas en las que los personajes no aprecian el valor del alimento, e incluso lo asocian a algo mugriento; mientras otros alaban lo maravilloso que es en realidad. Dos conceptos antagónicos que podemos ver guionizados a la perfección en una secuencia en la que Jules menciona que es vegana, mientras Vince ensalza el bacon y las chuletas de cerdo, y después le presiona para que defina lo que realmente constituye ‘un animal asqueroso’.
Sin embargo, lo que prevalece aquí es el amor extremo y/o la obsesión de este filme por esos guilty pleasures como un tema predominante que vislumbra cómo Pulp Fiction podría ser perfectamente el equivalente cinematográfico al fast food.