A la eterna disputa entre concebollistas y sincebollistas sobre cómo debe ser la tortilla de patatas perfecta se sumó hace ya siglos otra disyuntiva igual de importante: ¿mejor cuajada o líquida? Y, claro, España volvió a estar (lo sigue estando y siempre lo estará) dividida en dos grupos enemigos. Están los que la prefieren al estilo gallego de Betanzos, esto es, más líquida (hay quienes no se mojan y prefieren calificarla de cremosa…); y los que, por el contrario, se inclinan por la versión cordobesa, más cuajada (en este caso, algunos la tildan de mazacote).
«A mí me gusta que esté bien hecha, como mandan los cánones, y no que sea una especie de sopa de huevo y de patata«. «Pues es que lo de comer ladrillos no va conmigo, prefiero que esté más bien liquidita por dentro«. Son algunas de las opiniones que, seguro, todos hemos escuchado (y dicho) en más de una ocasión. La polémica está sobre la mesa, no hay discusión, pero… ¿cuál es la conclusión?
El veredicto: España es mitad liquidista y mitad cuajadista
Hace poco más de un año, la tortilla de patatas y su ideal grado de cuajado volvían (como decimos, viene de lejos) a ser los causantes de un chispeante debate en Twitter. Todo comenzaba cuando un tuitero se lanzó a compartir en la famosa red social una encuesta con fotografías de tortillas de patatas para todos los gustos: las había desde totalmente líquidas hasta cuajadas a conciencia. Y los enfrentamientos, obviamente, no tardaron en aparecer.
Algunos se empecinaron en recordar que una tortilla con el huevo casi crudo es un billete para una tómbola de salmonelosis. Otros, en su defensa, alegaban que se puede conseguir una tortilla jugosa sin necesidad de que el huevo quede crudo sin ningún problema. Y así las opiniones fueron sucediéndose sucesivamente… sin llegar a ningún puerto. El caso es que hay tantas formas de prepararla como ciudadanos en el mundo, así que parece imposible ponerse de acuerdo. Ni en lo de la cebolla ni en el punto perfecto.