Rebozado con harina de trigo y harina de garbanzos, frito por fuera, fresco y caliente por dentro y rematado entre dos panes para comerlo de pie en un bar de la Plaza Mayor. Así de sencillo es el famosísimo bocadillo de calamares madrileño. Es toda una experiencia y un requisito comerlo en clásicos bares como La Campana o El Brillante pero, ¿por qué lo comemos tanto en la capital?
La historia da la razón a la religión y cuenta que es por ella que escogimos a los calamares como parte fundamenta de nuestra dieta. Los mariscos y pescados se convirtieron en el pilar fundamental del recetario casero para así honrar a las creencias religiosas que reservaban la carne solo para aquellos momentos en los que no se requería el ayuno y la abstinencia. Ya se disfrutaba del bocadillo de rabas en el norte de España así que no es ninguna sorpresa que cuando se abrieron rutas para que la Corte pudiese abastecerse de pescados y mariscos se recurriera a un bocadillo de calamares a la romana -tan sencillo y nutritivo- para satisfacer a todos aquellos que residían en la villa.
Suele ser consumido por sí solo pero está permitido rociarle algunas gotas de limón. Aún así varios se aventuran a echarle algunos toques de salsa brava o ali oli. Sea como sea si no se acompaña de una caña fría no hay razón de ser.