Cuando salgamos. Saldremos. ¿A dónde? A los bares.
Cada uno lleva en el corazón un bar. Yo, que nunca fui muy de bares, tengo también los míos. Fui campeón del Pac-Man (llegué a hacer con los ojos cerrados doce pantallas) en El sotanillo. ¿Por qué allí? Porque abría los domingos por la tarde, porque estaba cerca del colegio y porque ni había curas, ni tampoco padres…
El bar era un lugar seguro. ¿Para qué? Para echarse un cigarrillo, esperar a los colegas y fundir un montón de monedas de venticinco pesetas hasta que uno llegaba a hacerse con los ojos cerrados las doce –¿o eran trece?– pantallas. Eso sí, a las catorce o las quince los fantasmas te llevaban al agujero. Había otro al que llamábamos El guarro, en la esquina, con su máquina de pinball; y, ya con barbita y en los Austrias, otros tantos.
El bar, al que le cantaba Jaime Urrutia –que ahora es vecino del bareto ese con el que comienzo la carta–, era la excusa, para no estar en el banco y que se helasen los pies, porque allí los yonquis no venían a hacer el zombi… qué sé yo. Eso sí, entrabas todo perfumao y salías con la puta musiquita esa de la máquina de lotería que sonaba y sonaba hasta que algún abuelete ludópata o un borrachuzo, de esos que en los bares tenían su casa y en su casa el bar, echaba una moneda.
Saldremos a esos sitios, y a otros, para contagiarnos de amigos, que de los otros contagios ya estamos hasta los mismísmos.
ANDRÉS RODRÍGUEZ es editor y director de Tapas y Forbes.
Nuestra portada reproduce la obra ‘Café de Madrid’ (acrílico sobre lienzo, 1982)de Ceesepe. En 1984 también fue portada del número 40 de la revista ‘El Víbora’. ©Ceesepe. Archivo Lafuente. VEGAP, Madrid, 2020.
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