«Novela de entregas mensuales con recetas, amores y remedios caseros”, así es como Laura Esquivel subtitulaba, en 1989, su novela ‘Como agua para chocolate’, llevada al cine tres años después por Alfonso Arau. La cinta hoy es uno de los grandes clásicos de la cinematografía gastronómica y en ella se explora la relación entre la comida y el amor a través de la historia imposible entre Tita y Pedro. Una historia en la que ella, cocinera del rancho, aderezaba cada capítulo (y cada mes) con deliciosos platillos capaces de transformar el curso de los acontecimientos. La escena que hoy nos ocupa es una de las más recordadas: Tita recibe un ramo de rosas de su amado y, ante la petición de su madre de que se deshaga de ella, opta por preparar un platillo de codornices con pétalos de rosa.
Entre los ingredientes, además de las pequeñas galliformes, el plato se completa con castañas, anís, miel, mantequilla, ajos, pithaya, fécula de maíz y esencia de rosas, pero también con unas gotas de sangre que Tita derramó al clavarse las espinas por su entusiasmo al prender el ramo. Y con este último aliño de amor reprimido el plato surtió un insólito efecto afrodisiaco en los comensales, que tras probar las deliciosas codornices se vieron invadidos por sensuales deseos. De ese hechizo gastronómico que ruborizó a Tita y a su amado, descolocó a su madre e incomodó a su hermana, la más incendiada fue Gertrudis, que acabó despelotada a lomos de un caballo. Pero esa… es otra historia.