Carlos Solchaga fue diputado y ministro socialista, y ahora publica sus diarios, Las cosas como son (Galaxia Gutenberg), que recogen sus vivencias de aquella época.
Nacido en Tafalla (Navarra, 1944) se afilió al PSOE en 1974 y se incorporó al Congreso de los Diputados en 1980. En mayo de 1994 dimitió como presidente del grupo Parlamentario Socialista. Durante este periodo fue ministro de Industria y Energía y de Economía y Hacienda. Mientras estuvo en Industria tuvo que afrontar importantes retos, como la reconversión industrial y el saneamiento del sector eléctrico previos a la adhesión de España a la Unión Europea. Actualmente es presidente de la consultoría internacional Solchaga Recio & asociados.
Muchos piensan que al PSOE la O de obrero le sobra…
Obviamente es el heredero de la historia del PSOE, y a lo largo de siglo y medio las cosas han cambiado mucho, básicamente la idea de que era un partido obrero formado por el proletariado de las ciudades en la época de la industrialización. Eso ha cambiado, no solo en España; el porcentaje de los trabajadores con mono azul de obrero es cada vez menor. Si quieres un mensaje socialdemócrata, de no exclusión de los que tienen menores posibilidades, tienes que tener una visión más amplia que simplemente la de la clase obrera. Nunca sería partidario de quitar la O, por respeto a la historia del partido, pero es evidente que a día de hoy el PSOE es un partido de base mucho más amplia.
¿Cuáles han sido los fallos del partido?
Ha cometido fallos, como todos, pero quizá el que ha tenido más influencia fue la dificultad con la que el Gobierno de Zapatero en los años 2008-2010 se enfrentó a la enorme crisis financiera que ha vivido este país. Cuando las crisis financieras van acompañadas de recesiones industriales es muy difícil que se mantenga el equilibrio político, no son épocas fáciles para que los partidos socialdemócratas puedan sobrevivir.
En Francia, la izquierda también va de capa caída, ¿qué pasa con la izquierda en general?
Si uno mira la posición del Partido Socialista francés, o en Italia, o la socialdemocracia en Alemania, se da cuenta de que va a hacer falta un esfuerzo muy importante por parte de estos partidos para volver a tener la importancia que tuvieron en el pasado, aunque probablemente la volverán a tener.
Si le digo Podemos, ¿qué me contesta?
Creo que Podemos, y confío absolutamente en ello, es un movimiento espontáneo en el sentido en que no está inducido, pero de carácter transitorio, que ha crecido al calor de la dureza de la crisis y la falta de respuesta a la misma tanto de partidos socialdemócratas como de derechas. Creo que al ser un movimiento, no tiene tanta solidez como un partido y eso lo está experimentando ahora mismo. Es un partido que no tiene una ideología definida. Sí tienen propuestas para llegar al poder, pero no tienen un programa claro sobre qué habría que hacer, no se puede decir que detrás del deseo de llegar al poder exista un programa de transformación social; ni existe ni existirá. Ha sido un fuerte resplandor durante cierto tiempo pero no va a tener una duración muy larga, es fácil que haya superado ya su nivel máximo de representación en la sociedad española.
Usted es economista. Dígame, ¿es viable económicamente una Cataluña independiente?
Lo que no es viable es una vía unilateral para la independencia. Si mañana hubiera un acuerdo dentro de España que respetara la Constitución y que por una vía más o menos milagrosa se permitiera la independencia de Cataluña, y si al mismo tiempo hubiera un acuerdo con la UE de que el nuevo territorio fuera parte de la UE y de la unión monetaria, pues claro que podría sobrevivir. Pero esto es un mundo imaginario: si uno trata de manera unilateral de declarar la independencia, la transición a la misma es tremendamente costosa, genera mucha inseguridad jurídica, quedaría fuera de la UE y de la unión monetaria, por tanto de su sistema financiero, de la protección que representa el Banco Cetral Europeo.
La consecuencia sería lo que hemos visto en las últimas semanas: reducción de inversiones, la desviación del comercio… ningún catalán, por muy independentista que sea, estaría dispuesto a aceptarla. La cuestión que hay que plantearse es cómo se puede llegar a una independencia con un coste de transición tolerable. Tendría que ser pactado todo y tendrían que aceptarlo España y Europa. No crea que Europa no tiene una opinión sobre esto, a Europa no le gusta la separación de ningún territorio porque eso no hace más que multiplicar los problemas. Europa siempre lo verá mal.
¿Cómo valora la actuación del Gobierno?
El Gobierno muchas veces ha sido objeto de crítica porque no ha sabido responder de forma rápida y compensada a la guerra de propaganda hecha por los independentistas, que siempre parecía que iban uno o dos pasos por delante. Esa crítica no tiene fundamento: cuando el otro lado está creando una dinámica montada sobre las emociones de la gente es muy difícil dar una respuesta política sin al mismo tiempo despertar, por decirlo así, el patriotismo español anticatalán. Y en eso el Gobierno tenía un margen de maniobra delicado. Lo que sí es verdad es que cuando ha dado una respuesta política, el hecho de que haya dado un horizonte temporal limitado por la fecha de las próximas elecciones ha dado a esa respuesta política una atmósfera de credibilidad y de proporcionalidad. Ha sido un acierto en mi opinión.
¿Cuál fue uno de los peores momentos que le tocó vivir?
Hay muchos momentos malos en política. Cuando haces las cosas bien no puedes sentirte muy satisfecho porque es tu deber. Y cuando las haces mal no sabes dónde ocultarte, la política no es una cosa como para obtener recompensas inmediatas. Solo puedes esperar que tus adversarios políticos y tus compañeros y supuestos amigos como mucho te respeten, no necesariamente te quieran. Que te respeten ya te va bien. Los peores momentos son cuando recibes ataques de los tuyos. Tuve muchos ataques de CCOO de Nicolás Redondo, con los pactos sociales, la reconversión… También los tuve con la línea más obrerista del PSOE. No es fácil explicar que el PSOE era el que se encargaba de reestructurar la industria, dejando a gente en la calle, reduciendo las plantillas… había que hacerlo si queríamos entrar en la UE.
¿Los grandes partidos son apisonadoras que no permiten la disidencia?
No, por supuesto que permiten puntos de vista diferentes. Pero para ser eficaces necesitan una línea de actuación en la que existan pocas discrepancias. Si tiendes a estar de acuerdo con tus jefes es más fácil que te consideren para las listas, o para una concejalía, etc. En general los aparatos tienden a obstaculizar lo que podríamos llamar las personalidades fuertes, pero esto está en la naturaleza de las cosas y no afecta más a los grandes que a los pequeños.
La ilusión, ¿se va marchitando con los años?
No. Cuando dimití del Congreso tenía la misma ilusión en hacer política que cuando empecé a finales de los 70. No dejé nunca mi partido ni lo he dejado. Estuve en el comité federal hasta 2008, a veces no me reconozco en cosas que hace mi partido ahora y esto me produce desasosiegos y frustraciones. Pero ya soy muy viejo para cambiarme de partido.
No se ve llamando a Podemos…
No, no, a Podemos por nada del mundo.
La política, ¿quita el hambre?
A mí no me lo quitó. Quizás también por mi origen navarro y vasco.
¿Y el sueño?
El sueño sí. Hay veces que duermes muy mal.