Atracón de éxito. Nos sentamos a la (sobre)mesa de Antón Álvarez, conocido entre sus amigos como Pucho, y por el público general como C. Tangana, el músico del momento, el que triunfa en todo el planeta.
Admitámoslo: la mayoría de los que hoy saben quien es C. Tangana no tenían ni idea de su existencia hace apenas año y medio. Hasta entonces era un músico conocido en su ámbito, y su ámbito era amplio, internacional incluso, pero no había terminado de explotar como sólo puede llegar a explotar una figura de la música y todos los medios de comunicación se pelean por colocar su cara en sus portadas.
Con 31 años –el 16 de julio cumplirá 32– Antón lleva años instalado allí donde quería estar: ya en 2017 abría su álbum Ídolo, el primero que publicaba en la multinacional Sony Music, con una canción, Tiempo, en la que afirmaba con rotundidad “Soy el hombre del año, sé que to’s lo veis”, “No tengo tiempo para gramear (No, no)” o “Si digo que quiero algo es que lo vo’ a tener / Me concentro y acelero, esto es lo que sé hacer”. Sobrado de confianza en sí mismo, tal y como habían mostrado que se hace los raperos estadounidenses como Kanye West, Jay Z, 50 Cent, LL Cool J, Drake o Ice Cube, multimillonarios a los 30 años, con infinitos frentes de negocio abiertos. Pero una cosa es ser estadounidense y triunfar masivamente y otra muy distinta hacerlo desde un país periférico de la vieja Europa.
Pucho obtuvo tres Grammy Latinos este pasado mes de noviembre (los correspondientes a la mejor canción de pop-rock por Hong Kong, cantada junto a Andrés Calamaro; mejor canción alternativa, por Nominao, cantada junto a Jorge Drexler, y mejor ingeniería de grabación) por su álbum de 2021, El Madrileño, pero es que en 2018 ya había ganado otro, como coautor de Malamente, premiada como mejor canción alternativa, incluida en El mal querer de su exnovia, Rosalía. La misma Rosalía que era una desconocida cuando juntos lanzaron en 2016 un tema, Antes de morirme, que fue el que les situó a ambos en la antesala de la fama viral, y que ahora cuenta con la friolera de 112 millones de reproducciones en YouTube.
Desde luego, Pucho, o Antón, o El Madrileño, no es de esos que son famosos por ser famosos. Ni es de esa categoría de artistas que se las apañan para aparecer en los programas de televisión que consiguen que un ‘has been’ vuelva a ‘ser’… Él es. Como daba a entender en Tiempo, la canción citada más arriba, su tiempo lo dedica a seguir a rajatabla su plan de negocio. Ha llegado al punto en el que ya no necesita “hacer promoción”: la promoción se la hacemos los demás sin que tenga que despistarse de lo que es su trabajo: seguir creando, implicado en un sinfín de proyectos de los que él nos irá dando noticia puntual a medida que los vaya completando. Esta misma entrevista es un ejemplo del ritmo frenético al que se ha acostumbrado a hacer las cosas, con el artista en Málaga, el periodista en Madrid y un fotógrafo desplazado deprisa y corriendo para pillarle en los únicos minutos disponibles que le quedaban en la agenda.
Desde sus inicios, sus ambiciones artísticas eran muy superiores a las limitaciones asociadas a ser rapero, el terreno en el que comenzó a darse a conocer hace apenas once años, cuando formaba parte del colectivo Agorazein. Él no quería acabar como esos músicos suburbiales, tatuándose la cara para representar, supuestamente, la cultura de barrio. Él es de familia de clase media y se crió junto al Manzanares y la Casa de Campo, en Puerta del Ángel. Su madre, Patricia Alfaro, es experta en educación infantil y forma a maestros, y su padre, también Antón Álvarez, fue periodista económico –trabajó varios años en Cinco Días– antes de fundar con otros socios la agencia de comunicación Evercom y hacer que el domicilio familiar se trasladara a Pozuelo de Alarcón.
Antón Jr., por su parte, estudió Filosofía y trabajó en Vodafone hasta 2015, cuando comenzó a dedicarse a la música a tiempo completo y a alcanzar el reconocimiento por éxitos virales como Mala Mujer y Llorando en la limo. Fue entonces cuando los medios de comunicación le quisieron meter en el cajón del trap, por el auge que comenzaba a tener la música urbana en España. Él respondió escabulléndose de quienes le pretendían encasillar, orientando su música hacia los sonidos latinos.
Su momento actual se puede resumir en que no sólo nos lo encontramos actuando en la gala de entrega de los Premios Goya (ocasión que aprovechó para darnos a conocer a la joven trombonista de jazz y cantante Rita Payés, interpretando juntos el bolero Te venero), sino que si caminamos por cualquier calle de España, lo más probable es que escuchemos el nítido sonido de C. Tangana a través de los altavoces de los coches. Pero lo mismo puede suceder en Puerto Rico, Colombia o los barrios latinos de Miami, Nueva York y Los Ángeles. El madrileño contaba con colaboraciones de artistas de toda América Latina (desde Toquinho a Eliades Ochoa, pasando por José Feliciano, los citados Drexler o Calamaro, la figura emergente del pop latino Omar Apollo o los titanes franceses del flamenco pop Gipsy Kings).
El madrileño combinaba los estilos musicales tradicionales que Álvarez, igual que casi todos los españoles que veíamos la televisión (las nuevas generaciones ya no lo hacen), había mamado desde su infancia –el flamenco, la rumba y el folclore español–, mezclándolos con los sonidos del rhythm’n’blues, el pop o el bolero contemporáneos, para crear algo novedoso y, a la vez, sofisticado. Pucho quería que el álbum fuera capaz de resistir el paso del tiempo y que se impregnara tanto de la riqueza histórica del folclore hispanoamericano como de la tradición española. Y todo parece indicar que lo puede lograr.
Café, copa y puro
Un año después ha aparecido La sobremesa, la continuación de El madrileño, un disco que no es, en realidad, un disco nuevo. O sí, porque La sobremesa es El madrileño, íntegro, con sus catorce canciones originales, más sendas versiones de Los tontos –grabada en directo, junto a Kiko Veneno, en la emisora de radio NPR Music de Washington– y Un veneno –con Niño de Elche– y siete canciones nuevas, entre ellas Ateo, junto a la argentina Nathy Peluso, cuyo polémico video grabado en la Sala Capitular de la Catedral de Toledo obligó a dimitir de su cargo al deán del templo por sus imágenes subidas de tono. El disco incluye también La culpa –una canción con guiños a la rumba urbana y al ‘flamenquito’ junto a Omar Montes, Canelita y Daviles de Novelda– y otra aún más flamenca, Me maten, cantada junto al mismísimo Antonio Carmona, de Ketama, con un video que reproduce una de las tradicionales juergas flamencas que suceden en la sobremesa, en el que se juntan familiares del propio C. Tangana y de los Carmona (y en el que también aparecen Kiko Veneno y el productor del disco, Alizz).
Cuando le comento si La sobremesa, el disco, es una especie de ‘reelaboración’
de El madrileño y, con un símil gastronómico, lo equiparo a las diferencias entre un cocido madrileño y uno maragato, Pucho responde que “El madrileño es un proyecto que me ha llevado mucho tiempo; el final del álbum no era un final real de todo este asunto. Como en una comida que se alarga, el postre no es la despedida, todavía te puedes tomar una copita y contar alguna cosilla que antes no habías dicho”.
La portada de La sobremesa es obra de Carlos Saura, el cineasta, el autor de Sevillanas (1991), Flamenco (1995), Tango (1998), Fados (2007), Flamenco, flamenco (2010) o Jota de Saura (2016), películas musicales sin argumento narrativo que exploran el mundo del folclore. La sobremesa de Saura es uno de los Fotosaurios del artista aragonés, en los que ha desarrollado una técnica mixta de dibujo y pintura sobre ampliaciones fotográficas, de una gran expresividad artística. “Ese concepto suyo de los fotosaurios encajaba perfectamente con lo que queríamos para este momento –dice Pucho para explicar la relación entre la obra del cineasta y la suya propia–. Yo soy fan de Saura y creo que compartimos una pasión concreta por el folclore”.
El mismo folclore y la misma tradición que C. Tangana ofrece en sus videos, en los que se ha ido encargando de mostrar (y dar a conocer fuera de nuestras fronteras) un aspecto fundamental de la cultura española: los bares. Ya en su día, cuando apareció El madrileño lo presentó a los medios de comunicación en Lhardy, invitando a los presentes a disfrutar de su famoso cocido. Después, varios de los sucesivos videos que ha grabado se han situado en bares castizos. La referencia es clara: “El madrileño es una oda a la cultura popular y los bares son los sitios donde ésta se custodia, se reproduce y se discute”, explica. La relación de C. Tangana y los bares no es anecdótica: El Palermo, un mítico bar del barrio madrileño de Canillas, sirvió de localización para la grabación de los videos de Nominao y Hong Kong, con Andrés Calamaro y Jorge Drexler. Este último repite aparición en el video de Tocarte, registrado en parte en el bar Los dos hermanos del madrileño barrio de Moratalaz. El decimonónico restaurante Lhardy también aparece en Comerte entera, el video que grabó con Bárbara Lennie de actriz protagonista y en el que Pucho aparece preparando la comida en la cocina de Casa Carvajal, una construcción del arquitecto Javier Carvajal (1926-2013) situada en Somosaguas (y que también es el escenario en el que se grabó la juerga de sobremesa de Me maten). “¡Es que todos los bares son importantes! –afirma, vehemente, Antón–. La globalización está acabado con la diversidad cultural, estos pequeños sitios son siempre una alegría para el que quiere algo distinto”. Y aunque no es muy exigente con los requisitos que debe tener un bar para que le tengan de cliente, sí les pide “que sea un enemigo del concepto de franquicia”. Lo demás, “originalidad, tradición o vanguardia me dan igual”.
Sin embargo, la temida globalización que todo lo aplana no ha conseguido homogeneizar del todo la esencia de nuestros bares. Habiendo recorrido medio mundo a lo largo de su trayectoria profesional, Pucho considera que los bares españoles siguen manteniendo algo distintivo que es lo que les hace únicos y especiales. “Hay muchos puntos comunes entre un bar español y una bodega cubana, pero en esencia todos los bares hacen lo mismo. La gracia del bar es la de ser una representación de sus feligreses y, por lo tanto, el mejor bar de cada sitio tiene que explicar las cosas específicas que lo diferencian”. Eso sí, advierte: “Ahora la tortilla triunfa en cualquier lado”.
Además de los artistas invitados a participar en los videos de sus canciones, en alguno de ellos Antón se ha reservado el papel de cocinero. No sólo en Comerte entera, sino en Tocarte, en el que él mismo aparece en la cocina del citado Los dos hermanos. Él asegura que, como les pasa a la mayoría de los actores, ya sea en Madrid o en Hollywood, hasta que no entran en la rueda de enganchar series o películas una detrás de otra, también ha tenido un pasado de camarero en la vida real, “en cafetería, barra y cocina”. Sin embargo, advierte que como cocinero no destaca especialmente: “Soy sólo pasable; si vienes una noche a mi casa te puedo impresionar, pero si tuviera que hacer menú diario verías mis carencias. Me gusta mucho la cocina –prosigue comentando–, pero no te puedo decir un plato favorito; ahora mismo, por ejemplo, estoy en Málaga con un montadito de pringá y unas aceitunas amargas que están cojonudas”.
Bares, qué lugares
La temática de los bares nos lleva a recordar canciones míticas como Diga qué le debo de Siniestro Total –que acaban de anunciar su concierto de despedida, en mayo, en el Wizink Center de Madrid–. “¡Siniestro Total me encanta”, dice, y añade: “OG’s!”, expresión de respeto de los artistas jóvenes del ámbito del hip hop hacia los que cuentan con una larga trayectoria profesional, que nace del inglés Original Gangster, es decir, “gangster de la vieja escuela”– o El calor del amor en un bar, de Gabinete Caligari, que le recuerda a Pucho que los bares no han sido para él ajenos a historias amorosas: “Me enamoré de una chica que conocí en un bar de Malasaña; no digo el nombre porque sus dueños no me quieren y me trataron siempre como persona ‘non grata’. Suena casi anacrónico todo lo que no hemos hecho por internet, ¿verdad?”.
Tan anacrónico como la costumbre que tenían algunos de nuestros poetas legendarios, pienso en José Donoso o el cantautor Pablo Guerrero, que escribían su obra en sus respectivos bares de barrio ‘de cabecera’, el primero en Menéndez Pelayo, el segundo en Saconia. Lo sorprendente es que Antón también cedió a esa costumbre de la vieja bohemia en el pasado. “Cuando era mas crío iba a un bar enano de la calle de La Palma. Su dueño era italiano; Fabrizio se llamaba. Nunca me preguntó la edad. Allí escribí algunos versos de rap adolescente y aprendí la diferencia entre un escocés y un bourbon”.
Aunque en muchos de los bares más viejos y castizos hay colgado un cartelón que pone “prohibido cantar”, Pucho también tuvo que patearse en sus inicios todos los garitos y pequeños bares musicales disponibles para su música, algo que no era precisamente fácil. “Ese cartel es un recuerdo de lo que se venía haciendo. Si existían era porque había una costumbre, ahora sólo se nos ocurre si vamos ‘doblados’. Yo recuerdo con cariño muchas salas pequeñas que nos dejaban hacer bolos –comenta–. Había una, en el paseo de Santa María de la Cabeza… (¡no recuerdo su nombre!), que nos dejaba tocar aun siendo menores. En ese sitio conocí a uno de los mejores rappers de mi generación. También recuerdo el Blazing Fire Hip Hop Reggae Club de Móstoles, en el que tocamos varias veces siendo muy niños. Además me suena que tocamos en algún centro cultural, en Getafe. Los inicios son mágicos: en una ocasión toqué en Burgos para siete personas…”.
Otro clásico de la vida del músico es la tentación de montar un bar propio. Ejemplos hay para todos los gustos: Silvia Superstar, la que fuera cantante de Aerolíneas Federales o Killer Barbies (y presentadora del Xabarín Club de la TVG), fue propietaria de varios bares en su Vigo natal y de uno de los rincones que hicieron furor en la noche madrileña, El Fabuloso, y ahora lo es del Lucky Dragon; Los Ronaldos tuvieron el Ambigú; y los Gabinete Caligari el Cuatro Rosas, pero ambos grupos acabaron ‘desplumados’ por sus encargados… Antón también pasó por esa fase, pero no llegó más allá del estatus de proyecto. “Estuve a punto, con Nacho Villar y con Cálido Lehamo [amigos suyos y responsables del equipo de la producción y realización de sus vídeos], de montar un bar de copas en La Latina, cuando no teníamos ni ‘pá’ gasolina”, reconoce. En lo que sí se ha embarcado, como negocio vinculado tangencialmente a la restauración, es a ser socio de la marca de vajillas y útiles de cocina Casa Maricruz, que es “una genialidad de María Estrada, una gran amiga mía. Ella me contó la idea y me dejó formar parte en cuanto me vio las ganas. Casa Maricruz une la artesanía, la mesa y el futuro. Tiene mucho que ver con la nostalgia por la cultura popular que hay en El madrileño y también con el gusto por las cosas bonitas. ¡Le recomiendo a todo el mundo que le eche un vistazo!”.