El pastelito Bony, los gordos comprábamos siempre Bony 2, es la versión golosina de la tarta Sacher, del hotel Sacher de Viena. Si pueden ir a este hotel, vayan. Es extraordinario. Pero la tarta ha quedado como una parodia de Bony y no al revés. La golosina industrial de Bimbo es mucho mejor. Más guarra, menos sana -me imagino- y con ingredientes que ningún médico aconsejaría.
Pero Bony es más sabroso que su original porque está pensado para niños, y a los niños, como dice Catulo, nos gustan las nueces. La satanización de lo industrial, de lo procesado, de lo fabricado en serie es barata cuando es automática. En el caso de que tengamos que comer pasteles, un caso francamente dudoso, por lo menos para mi dieta, hay que quitarse el cráneo con Bimbo. Todo ha sabido dárnoslo en la forma precisa, concreta de este pastelito. Es un escándalo, y un logro del progreso, que por tan poco dinero y de un modo tan inmediato, pueda uno parar en cualquier parte y comprarse una obra de arte como Bony, una “cover” tan graciosa y exitosa de un pastel tan tradicional y encumbrado.
Cuando el sentido del humor y la industria se unen, salen prodigios como este bizcocho con chocolate, nata y fresa. La Pantera Rosa es una evolución surrealista de Bony, que puede tener su momento en nuestras vidas, pero para entender la profundidad de la propuesta hay que concentrarse en el concepto, porque si te dejas llevar sólo por el acto físico puede ser que no lo entiendas. Demasiada densidad espiritual. Hay una elevación que sólo se alcanza pensando tres o cuatro jugadas por delante. Anticipando la idea. Pasa con la Pantera Rosa. Tan brutal, tan apabullante.
Queremos mucho a Bimbo. Hay una crítica purista -para todo lo hay- que no es cierto que se preocupe por la salud pública sino que usa este aspecto para filtrar su totalitarismo, siempre reduccionista. Hay una propaganda, en efecto, pero está sobre todo la realidad y nadie nos ha dado en una sola empresa Bony, Pantera Rosa, Donuts y Donetes, además del pan de molde. Nadie nunca nos ha dado tanto como Bimbo, El Bulli y Apple.
Y yo sé que vivimos en un mundo en que tenéis que gastar mucho dinero en propaganda sostenible, en relatos sobre vuestro compromiso con la salud y el medio ambiente. Entiendo que lo hagáis, y os animo a que le pongáis todo el arrojo porque quiero que os vaya bien y que no tengáis ningún problema. Pero me gustaría que supierais, también, que todavía quedamos en el mundo algunas personas alegres y agradecidas que os valoramos por vuestras inconmensurables creaciones. Todavía quedamos algunos que asumimos nuestra responsabilidad, y nuestro placer, y nuestro sentido del humor, y no estamos ni cerca de pensar que nuestra salud es vuestro cometido. Nuestra infancia feliz es testigo de nuestra gratitud, e igualmente lo es nuestra edad adulta porque gracias a vuestra persistencia podemos regresar de vez en cuando a aquellos tiempos. Sois el resumen de nuestros buenos recuerdos y estamos orgullosos de haber crecido con vosotros. Luego, cuando nos hicimos mayores y fuimos a El Bulli, gracias a vuestros pastelitos entendimos más cosas, y no menos. Vosotros entendisteis los primeros que la alta cocina era un juego de espejismos y referencias. Si no se da este juego sólo queda la obviedad de la materia, que no aporta ninguna información y por lo tanto no interesa.
Ha sido un apasionante viaje juntos. Cada vez que alguien pisotee vuestro nombre yo lo recogeré del suelo muy cuidadosamente y lo vestiré como una banda de honor.