A sus treinta y cinco años recién cumplidos (el pasado 20 de abril), Bárbara Lennie acumula ya todos los premios que uno pueda imaginar: los Goya, los Max, los Gaudí, los Sant Jordi, los Feroz, los de la Unión de Actores, los Forqué… hasta los de El Ojo Crítico de RNE, sin embargo, como ella afirma más abajo, puede pasear tranquilamente por las calles sin que la reconozcan ni la den la lata… todavía.
A finales de junio, coincidiendo con el décimo aniversario del estreno de ‘La función por hacer’ (la obra de Miguel del Arco basada en ‘Seis personajes en busca de autor’, de Pirandello), se vuelve a representar en el teatro Pavón Kamikaze de Madrid con el mismo reparto que la estrenó: Israel Elejalde, Miriam Montilla, Manuela Paso, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez y Bárbara Lennie, que regresa al papel que la convirtió, realmente, en una actriz de culto (en realidad, una actriz culta, con un bagaje cinematográfico y teatral lleno de obras muy bien seleccionadas). “Vuelvo, sí, –explica la actriz–, pero solo para las primeras funciones. Luego me sustituirá Teresa Hurtado de Ory que fue, precisamente, la que me sustituyó la primera vez que dejé de hacer esa obra”.
Menos mal que no fue profético debutar a los quince años con ‘Más pena que gloria’. ¿Lo has pensado alguna vez?
(Risas) ¡Nunca lo había relacionado con mi debut como actriz! Pero es que, para mí, esa película siempre la recuerdo con el primer título que iba a tener, Días de gloria. Así se iba a llamar, pero antes de estrenarse se modificó, creo que por coincidencia con otro título de película. El título original sí que tiene más que ver con mi trayectoria posterior (risas).
¿Cómo se llega al cine así, a esa edad temprana y sin estudiar todavía Arte Dramático en la RESAD?
No sé, no tuve un motivo particular. Ni siempre he querido serlo, para nada; todo ha sido muy casual. Dos amigos míos, Víctor y Jonás Trueba, que eran, respectivamente, el director y el guionista de la película, me animaron a que me presentara a las pruebas que estaban haciendo. Y entonces entendí que ese era el lugar donde quería pasar el resto de mi vida.
Cuando se rodó la película, yo todavía estaba en el Instituto San Juan Bautista, pero los viernes por la tarde ya estudiaba interpretación. Los de mi juventud fueron años muy intensos. Con Jonás, que lleva el cine en su ADN familiar –tanto por su padre, el director Fernando Trueba, como por su madre, la productora cinematográfica Cristina Huete–, tuve la suerte de querer verlo todo y escucharlo todo. Fue una búsqueda mutua. Y nuestra educación siguió así, en esos años de formación, que me marcaron muchísimo.
‘La función por hacer’, la obra de teatro de Miguel del Arco que le lanzó a él y a la compañía Kamikaze a la fama, vuelve ahora a representarse, diez años después… ¿Qué supuso para ti, en su momento, esa obra?
Fue importantísima. A mí me pareció algo gigante. Y fue la primera vez que alguien me daba la oportunidad de hacer un papel de mujer, no de post-adolescente. Miguel del Arco me había visto en el vestíbulo del teatro Lara haciendo ‘Trío en mi bemol’, y me dijo que la función le había gustado mucho y que quería contar conmigo.
Él pensaba que le iba a decir que no, porque se suponía que yo tenía una carrera ascendente en el cine, pero la realidad era que hacía tiempo que no me llamaba nadie, así que se puede decir que ‘La función por hacer’ me permitió descubrir a mi padrino, una persona que ha sido fundamental para mí, y con la que pudimos crear una compañía en la que yo permanecí seis años de una etapa creativa fundamental. Nos convertimos, casi, en una compañía de repertorio.
¿La amistad lleva al trabajo o sucede al contrario? ¿Es la amistad un problema a la hora de trabajar?
A veces es de una forma y, otras veces, es de la contraria. Con casi todos los directores (y la directora) con los que he trabajado ha sido de la segunda manera: nos hemos conocido por el trabajo y luego nos hemos hecho amigos. Puede que la distancia sea, a veces, buena, pero, ya puestos, yo prefiero trabajar rodeada de amigos. Ese es un espacio ideal: la buena onda es lo más importante, más que el talento, el éxito o la reputación.
Eres una actriz premiada por todas partes, pero tengo la sensación de que puedes pasear tranquilamente por la calle sin que te den la lata…
(Risas) Sí, tranquilamente.
¿Es algo deliberado por tu parte? El tipo de películas que has hecho no es, precisamente, el de las más taquilleras y tienes escasa presencia en series de televisión, que son lo que, en realidad, convierte a alguien en famoso… Tú pareces, más bien, lo que se llama una actriz “de culto”. ¿Crees que es así?
Han sido, en realidad, decisiones que he tomado un poco por instinto y un poco por necesidad. En ocasiones, unas películas te llevan a otras. En cuanto a las series, hace relativamente poco que en este país se hace una televisión más heterogénea y se dan cabida a otras narrativas. Pero, ‘Contratiempo’ [de Oriol Paulo, en 2016] y ‘El Niño’ [de Daniel Monzón, en 2014] sí han sido superéxitos…
Mi viaje artístico ha ido por otro lado, pero no tengo especial interés en ser una actriz para unos pocos: soy una actriz para llegar a la gente y no tengo prejuicios. Pero parece que lo que me interesa no es, a priori, lo que más le interesa a la gente.
¡Y claro que me apetece hacer series! Puede ser muy chulo estar haciendo un mismo personaje durante muchos meses. Pero también es cierto que con ‘Hermanas’ [la obra de teatro de Pascal Rambert estrenada en enero y que protagoniza con Irene Escolar] hemos llenado cada día en cada ciudad en la que hemos estado. En Madrid, de hecho, ha llegado a haber lista de espera. Y tampoco es una obra que, a priori, se piense que va a reventar en taquilla.
No es por cotillear, pero Israel Elejalde y tú fuisteis pareja y, desde hace un tiempo, estás con Diego Postigo… Con Israel hacías ‘La clausura del amor’… ¿Fue la dureza del texto un detonante para vuestra ruptura?
Pues no lo sé. A lo mejor en unos años lo pensaremos de una manera distinta. La primera vez que la hicimos éramos pareja, pero cuando llegamos a Madrid por segunda vez ya estábamos separados y tuvimos que hacer el gran esfuerzo de despedirnos públicamente. Fue un chimpún bastante épico para mí, y conseguimos volcar todo nuestro dolor convirtiéndolo en algo artístico. Y lo conseguimos llevar con un respeto y un amor importante.
Aquel montaje fue un cisma en mi vida. Para mí, enfrentarme a ese texto es lo más difícil que he hecho y creo que para Isra también. A nivel personal, sentí que me ponía en una tesitura completamente nueva. Lo recuerdo con mucha pasión, con mucho amor y también como una pesadilla. La verdad es que nunca he estado tan nerviosa ni lo he pasado peor que haciendo esa función.