El gran Sacha tiene una camiseta con una sola palabra: Euskadiz. Una palabra que retrata perfectamente la atracción de los vascos hacia Andalucía; y espero que viceversa. Yo estoy enganchado al sur de Europa desde hace milenios pero sobre todo me han hipnotizado los pueblos, lugares y costas de Cádiz. Hasta tuve un apartamento en Zahara de los Atunes; ya sólo el nombre es el título de un cuento fantástico.
En Zahara hay más Antonios que jureles. Decir Antonio es decir ‘hola’, aunque en esta ocasión el ‘hola’ se llama Peter y tienes que comer en sus tres restaurantes (no a la vez): Zoko, Zokarrá y Salvaje, atunes y arroces deliciosos que te esperan a ritmo de Bowie. A pesar de que la ‘Pornografía de Atún’ es uno de sus platos estrella se permite la presencia de niños canallas en los locales.
Si dejas el pueblo en dirección a los Alemanes verás a la derecha el hotel Antonio que fue un hostal de habitación y media y que Antonio Mota y sus hijos lo convirtieron en hotelazo y templo gastronómico de la materia prima; en ningún sitio de España te atenderán mejor. Aunque hubiera habitaciones libres en el hotel yo me pegaría meses en un saco de dormir bajo una mesa del restaurante esperando que abrieran la cocina: atún en todas sus variantes, frituras top (soy adicto a las acedias, pijotas, boquerones…), y bueno, un festival de pescados y mariscos, los increíbles ibéricos del druida del jamón Antonio Bobillo que sorprendió al mismísimo Albert Adrià, la impresionante carne de retinto de Don Rafael Trujillo o el rincón de vinos de Alvarito Palacios. No falta la etiqueta naranja de Didier Belondrade. Escribo y salivo.
Si continúas la carretera llegas a las casas caras y a la guapísima cala de Los Alemanes, hasta que te frena en seco el Faro Camarinal y el centauro Antonio Rueda, pescador de a/doradas. Allí, un atardecer de jacuzzi natural, Antonio Rueda, el cocinero Iñaki Andradas (mi socio en Sanferfood) y yo nos comimos unos lomos crudos de plata reservados sólo a los arcángeles. Nadie cocina mejor que el mar, salvo que el mar caiga en manos de Ángel León. De postre, excelente raspada sangrante de culo al crocanti de rocas. Mi dolor mató al anisakis. Faltó Talavante. Y López Simón.
Si regresas al centro del pueblo hay que pasarse por El Faro de Rafa Díaz, un modesto restaurante de tapas y raciones originales, pensadas, ricas… y sin chorradas.
Pescado casi vivo en el Almadraba de… ¡Antonio!, picoteo en el Trasteo, siempre el clásico Juanito, y más que siempre… un mojito, o dos, o cien en La Ballena Verde de Pepe; hostelero, músico, pintor, arqueólogo, quiromante… magnífico. ¡Y Marta! Que además es de Pamplona. Atardeceres, artistas y conciertos en vivo… Hoy: Wyoming y Los Insolventes. O tal vez Vintache.
Si te sientes con ganas de batalla a ritmo de gintonic vete a La Luna, a la playa, por allí estará el mítico Antonio Sánchez, que como yo, hizo un pacto con el diablo y es eternamente joven. Él, también de aspecto.
El chiringuito de La Gata ya no está pero maúlla.
Antes de ver el sol puedes llegar a rastras hasta la muralla y descubrir un maravilloso y decadente escenario de Tarantino, El Flamenco Azul, donde debes comerte un perrito caliente y beberte una lata de cerveza mientras te sientes el prota zombi de Abierto hasta el amanecer 2.
Me levanto con resaca. Pasaré por el mercado de abastos a ver si está por allí José Andrés y me cocina de ‘estrangis’ unos higaditos de salmonete. No sabe nada José…
Voy en dirección Vejer. Pillo una carretera estrecha, Santa Lucía, y llego ¡a un puto oasis! A uno de mis sitios favoritos: La Venta del Toro, el tiempo detenido y el lugar donde tradicionalmente comemos todos los veranos un guiso de megapollo de campo junto a Lourdes y Juan Luis Arsuaga que siempre trae una fiambrera por si sobra. Un vergel, una sartén y Maruja Gallardo. Un cañizo y unas cazuelas mágicas que frotas y brotan sabores neolíticos.
Prolonga la sobremesa, disfruta de la brisa y de la sombra, del ruido del riachuelo y del canto de ese jilguero piripi… y cuando el hambre toque otra vez a tu puerta, corre a toda hostia a ver si tienes hueco en La Castillería del maestro asador Juan Valdés, a sólo 50 metros de La Venta del Toro, ambos en mitad de la nada. Bueno, en mitad de un oasis, que es decir como en mitad del todo.
Juan sabe más de carne que la carne. Habla con ella. Le promete una vida eterna si se muestra excelente en el paladar del comensal y si eso sucede –le dice–, se reencarnará en una chuleta todavía mejor. En definitiva, en La Castillería comes carne reencarnada de todo tipo de razas vacunas, y de otros suculentos mamíferos: Retinta, Charra, Angus, Gallega, Palurda… de Lidia, del Paraíso… El restaurante está al aire libre entre árboles y flores. Romántico, singular, enamorable, precioso. Como Juan y Ana Lucía.
Me pego un salto hasta Sanlúcar de Barrameda, que para eso soy embajador de sus carreras de caballos, uno de los espectáculos más bellos que puedas ver en tu vida.
Antes, a galeras… a cigalas o a langostas en El Chirri de Puerto Santa María. El Chirri lo tiene todo. Hasta un taller de coches puerta con puerta.
Ya en Sanlúcar –¡Hola, Juanlu!–, imperdonable no pasar por Casa Bigote y empacharte rozando la muerte con varias raciones de langostinos. Remata la faena con unos huevos de choco en el Avante Claro y, antes o después de fallecer, pilla unos caracoles en Casa Perico, la mitad para comer y la otra mitad para que te coman la asadura y que tu espíritu recorra feliz los innumerables y preciosos santuarios paganos donde se esconde la luciérnaga de la Manzanilla.
Me dejo un montón de cosas guapas: la hueva y la mojama, Jerez, Barbate y Chiclana… Y a mi hermano Santi comiéndose la puesta de sol con cuchara de nácar en el Carbones 13 de Tarifa; pero no me dan más espacio estos de Tapas…