Nombres propios

Así era Alfonso Cortina, el bodeguero

Alfonso Cortina
Foto: Nani Gutiérrez

Cambió los barriles de petróleo por las barricas de vino. Cuando Alfonso Cortina se apeó de la presidencia de Repsol, en 2004, recibió de la empresa casi veinte millones de euros, y destinó nueve de ellos a su gran pasión, el vino. Con el fin de «dar contenido económico» a su finca de 2.000 hectáreas en Ciudad Real, reservó 31 hectáreas para plantar una viña y construyó una bodega, de la que obtuvo la primera cosecha en 2006. Había nacido Pago de Vallegarcía. Casi una década y media después, el discreto empresario estaba que no cabía en sí: «Los vinos son excelentes. Haber hecho un vino que esté en las cartas de los buenos restaurantes de España en poco tiempo es prodigioso, estoy muy contento», contaba hace tiempo a Tapas.

Claro que no todos los días fueron de vino y rosas. «En la finca se da muy bien el olivo, sobre todo la variedad Cornicabra, pero me fui por el lado difícil. Empezamos de cero en una región que no es vitícola. Y hacer una bodega es complicado, hay que tener mucha paciencia y no desanimarse. Pero da grandes satisfacciones si sale bien. Como consumidor, me hacía mucha ilusión tener mi vino, y nunca pensé que el proyecto se desarrollaría de manera tan positiva», explicaba Alfonso Cortina.

Las vides de Pago de Vallegarcía son francesas, de las variedades Viognier, Merlot, Syrah, Petit Verdot, Cabernet Franc y Cabernet Sauvignon, algo poco común en España. «Sin embargo, el resultado es más parecido a los supertoscanos de la región de Bolgheri, cerca del mar, que a los franceses, por el suelo y el clima mediterráneo húmedo que tenemos (para lo que son las Castillas, llueve bastante). El mejor vino italiano, Masseto, es 100% Merlot, y el origen de casi todos los vinos del Nuevo Mundo son las viñas francesas”, aseguraba.

Su monovarietal Viognier destacó pronto y puso a Vallegarcía en el mapa, pese a que tan sólo sacan un máximo de 40.000 botellas al año, dentro de una producción global de 230.000. Sin embargo, y aunque todas sus referencias le emocionaban, Hipperia era para Cortina la más redonda de todas. «Para mí no es lo mismo beber el mejor Viognier del mundo, Château Grillet, que el mío. Es la percepción de paternidad. Un sábado, hace años, fui a recoger unos papeles a la oficina y vi en el almacén palés que iban a China, a EE UU, a Alemania, a Inglaterra… Sentí una gran satisfacción. Exportamos el 70%, y haber llegado a tener aceptación en todos esos países es muy gratificante».

Si de algo se lamentaba es de no haber comprado en su día Vega Sicilia. «El gran vino de España, y desgraciadamente mejor que el mío. La familia propietaria [los Álvarez] lo ha hecho muy bien. Pude haber comprado la bodega con mi hermano y mi primo [Alberto Cortina y Alberto Alcocer]. Costaba muy poco para lo que es, unos 600 o 700 millones de pesetas [3,6 ó 4,2 millones de euros]. Pero por entonces, en los 70, estábamos en otros negocios. Es de lo que más me arrepiento”, confesaba Alfonso Cortina.

De otros vinos patrios también sacaba pecho en cuanto podía, quizá en calidad de secretario general de la Real Academia de Gastronomía, puesto que compaginaba con el de vicepresidente del Banco Rothschild en Europa y el de asesor de la firma de capital riesgo TPG: «Cada vez son mejores, hay excelentes ejemplos en todas las denominaciones de origen. Tenemos el problema de la exportación, aunque el ICEX está ayudando bastante».

Este lunes Alfonso Cortina ha fallecido a los 76 años a causa del coronavirus, sin haber probado la Coca-Cola en su vida (algo de lo que se sentía orgulloso) y con grandes proyectos en el horizonte para su bodega. Descanse en paz. 

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