La carrera profesional de Alba Lago (Vigo, 1985) ha estado vinculada a la televisión desde que hiciera sus pinitos en la Televisión de Galicia hasta ahora, que desde finales del pasado diciembre se cuela a la hora de comer en más de dos millones de hogares como presentadora de Informativos Telecinco, donde comparte mesa con David Cantero (en sustitución de Isabel Jiménez, que se encuentra de baja de maternidad).
Ella, que viene de presentar el noticiero matinal de la cadena, asegura que ahora vive mejor, sin la dictadura de los horarios intempestivos, aunque la actualidad no la está dando tregua en este principio de año: tercera ola de la pandemia, asalto al Capitolio, nevada apocalíptica… gajes de un oficio que le apasiona.
¿Qué siente una periodista cuando tiene que responder preguntas en lugar de realizarlas ella?
Se siente un poco intrusa. Es mucho más fácil decir a los demás que se desnuden que hacerlo tú.
¿Estás viviendo el momento más dulce de tu carrera?
Es un momento bonito, sí, pero todos lo son. Si pensara que éste es el más bonito y no el que está por venir sería un poco deprimente, aunque suene a mensaje de galleta de la suerte.
Cuando empezabas en esto, ¿imaginabas que algún día llegarías a presentar uno de los informativos nacionales de mayor audiencia?
Nunca piensas algo así, sólo quieres trabajar, que vean tu fuerza y tus ganas y, si hay suerte, surja una oportunidad. Y una vez que estás en una ventana así, hacerlo todos los días lo mejor posible. Una gran audiencia conlleva una gran responsabilidad.
¿Ponerte cada día, en directo, ante más de dos millones de espectadores da vértigo?
Si lo pensara me bloquearía. Me limito a salir al ruedo a informar a la gente. No es distinto de otras profesiones, creo.
¿Quiénes eran y son tus referentes en el sector?
Mis compañeros… Desde los redactores con los que he crecido hasta periodistas consagrados con los que tengo la suerte de compartir redacción, como Pedro Piqueras o Juan Pedro Valentín.
¿Echas de menos a veces los días de reportera?
Son etapas. Cuando era reportera me gustaba estar en eso y ahora me gusta esto. Son aprendizajes distintos. ¡Y yo quiero saber de todo!
¿El periodista siempre tiene la misma hambre de actualidad, de verdad, de conocer, de saber… o se va apaciguando con los años?
Cuando dejes de sentir esa hambre lo mejor es que dejes paso a otros.
Y los directos, el estar al pie del cañón (y el estrés que eso conlleva)… ¿termina empachando con el tiempo?
Es súper exigente, pero como lo es estar en el plató. Requiere habilidades distintas. Ni mejores ni peores. El truco está en encontrar el tono y la comodidad en cada una de las dos facetas.
El último año (y las últimas semanas…), aunque dramático, desde el punto de vista periodístico ha sido fascinante. ¿Cómo lo has vivido?
Si echas la vista atrás, el momento informativo siempre es convulso porque siempre hay noticias que ocupan la mayoría de nuestro foco. Cuando no era la pandemia era Trump. Si no, Cataluña; la crispación del Congreso o las elecciones. En cada momento hay ejes principales y otras historias complementarias a las que no hay que perder de vista. Pero sí, aunque feísimo, estamos viviendo un momento histórico del que debemos dar cuenta cada día.
¿Crees que la profesión, en general, ha estado a la altura? ¿Tiene que hacer autocrítica en algo?
La autocrítica es fundamental para la profesión, pero también para todas las facetas de la vida. Si te acomodas, no avanzas y no mejoras. El que caiga en la autocomplacencia lo tiene crudo. Con respecto al tratamiento informativo de la pandemia, hemos ido un poco a ciegas, haciendo ensayo y error, como los científicos y los políticos. Al principio no sabíamos cómo iban a evolucionar los acontecimientos, pero capeábamos el temporal con el mayor rigor posible, y hemos ido aprendiendo mucho sobre la marcha.
Tu novela Andrea contra pronóstico (2016), sin ser autobiográfica, sí está inspirada en cierta forma en tu experiencia en Londres, cuando te fuiste allí a aprender inglés y a buscarte la vida. ¿Se come tan mal por allí?
Digamos que allí no tienen croquetas. Ni les sale tan bien el pulpo a feira.
En aquella época trabajaste –entre otras cosas– en un establecimiento de fast food. ¿Cómo fue aquello? ¿Algún aprendizaje de esa experiencia?
Son vivencias que me han conformado como soy y de las que no me arrepiento, así que si me monto en el Delorean repetiría todo lo que hice. Con respecto a aprendizajes concretos, me acostumbré a calcular mentalmente el cambio de libras a euros, que es un superpoder súper ridículo.
¿Está retomar la actividad literaria entre tus propósitos de este 2021?
Quizá no este año. Me lo planteo cuando tenga una buena historia que contar. Y para eso tengo que vivir primero.
¿En ti se cumple el tópico de que los gallegos sois ‘de buen comer’?
Los tópicos son un poco reduccionistas y no puedo hablar por todo el mundo, pero digamos que esta paisana es capaz de enfrentarse a platos bastante grandes.
¿Dónde vas en Madrid cuando te entra la ‘morriña gastronómica’?
Al Restaurante Lúa, es mi cuota de Galicia en Madrid. Recomiendo la empanada de pera y queso San Simón caramelizado, y la raya en caldeirada… Ah, no dejéis de pedir la tarta de Santiago de postre.
¿Y a dónde no podemos dejar de ir el resto cuando pasemos por tu Vigo natal?
El capitán… y uno nuevo, Amares, es excelente.
¿Es cierto que a los ‘poderosos’ les gusta tener a los periodistas cerca, invitarles a comer, atraerles a su bando?
Hay que marcar distancias. Si no, pierdes la perspectiva, y eso va en detrimento del compromiso con la audiencia.
¿Y a quien invitarías tú a comer para sacarle una buena entrevista?
A la ministra de trabajo, Yolanda Díaz, las sobremesas gallegas son eternas… Tendría margen.