Reportajes

A mil años luz de ella (Parte III)

Ilustración: Julie Rambaud

Algunas veces me siento tan feliz…

Suena la Velvet Underground (Pale Blue Eyes, 1969) en un altavoz que Julia tiene conectado al ordenador y que pone música a la lasaña de verduras con marihuana que está cocinando. Lou Reed dice que ‘algunas veces se siente tan feliz, y otras tan triste, …’, y Julia le hace los coros con una cuchara de madera en la mano y una espátula en la otra. La receta la sacó de un libro, pero le cambió un par de cosas para ‘darle el punto’. Su biblioteca está repleta de libros de cocina con marihuana: desde The Official High Times Cookbook (Elise McDonough, Chronicle Books, 2012) hasta Food of the Gods (Terence McKenna, Bantam Trade, 1993), pasando por Cocina con Marihuana (Cedella Marley, Kitsune Books, 2017), Cannabis consciente (Karina Vergara, Comanegra, 2016) y Recetas con Marihuana (Elisabet Riera Millan, RBA Libros, 2017) entre otros. Asegura, mientras corta los champiñones, que esos libros, los vídeos de internet y programas como Colocados en la cocina (Netflix, 2018) le descubrieron el camino. Pero el verdadero ‘clic’ lo encontró en la experimentación, en jugar con las cantidades, en mezclar recetas y probar diferentes tipos de marihuana en cada una de ellas hasta lograr exactamente lo que ella quería.

Eva abre la puerta de la cocina y saluda. Viene de la universidad, donde ha empezado a estudiar enfermería. Mira lo que cocina su madre y lo compara con el estofado que le espera a ella en la nevera. Julia le pide que ponga la mesa. Se lleva un mantel de cuadros, tres vasos, las servilletas, cubiertos y una jarra de agua. “Esto ya casi está”, susurra Julia a la puerta del horno.

El salón es ligeramente más grande que la cocina, con una mesa que mueven de la ventana al centro y del centro a la ventana cada vez que comen. Sólo hay dos sillas.

La tercera la traen de una habitación. Ya está todo listo. Son las tres y diez. Julia levanta un vaso y dice: “Ya sé que brindar con agua trae mala suerte. Pero a estas alturas… ¿a quién le importa?”.

A nadie.

Breve epílogo junto a la ventana

La hija desaparece calle abajo. Ha quedado con una amiga. Julia se sienta junto a la ventana y la observa torcer la esquina. Cuando deja de verla, vuelve a la mesa, donde ya sólo quedan dos tazas vacías. Acaricia una con el dedo índice de la mano derecha y comienza a hablar: “Tuve un gato negro hace muchos años. Era de mi madre. Se llamaba Nono y no hacía ni puto caso. Sólo quería comer y que le acariciases cuando a él le apeteciera. El resto del tiempo lo pasaba en su mundo, normalmente en la terraza, mirando a la gente pasar de un lado a otro. Daba la impresión de que Nono sabía algo y no lo quería compartir. No era malo, pero tampoco diría que era bueno. El caso es que un buen día, limpiando la terraza con mi padre, vimos cómo el gato se subía a la barandilla y de pronto… ya no estaba. Fue como una desaparición mágica. Se había caído desde el octavo piso. Bajamos y lo encontramos muerto en el jardín comunitario. Lo enterramos en el campo que teníamos detrás, y no tuvimos valor para decirle a mi madre que Nono se había lanzado al vacío. Le quería demasiado. Mi padre cargó con las culpas diciendo que se había dejado la ventana de la terraza abierta, y que seguramente se escapó por allí. Mi madre tardó una semana en volver a hablarle. No volvió a salir el tema de Nono desde entonces. Hasta que un día la escuchamos llorar. Salimos a ver qué pasaba y la encontramos arrodillada frente a la puerta de la terraza, acariciando a un gato negro que acababa de entrar. ‘Mi Nono, ¿dónde te habías metido, eh? ¿Dónde?’, le decía. Se lo llevó al sofá y pasó toda la tarde con él. Nosotros no dijimos nada, ni ese día ni los siguientes seis años que aquel animal estuvo con nosotros, hasta el día en que mi madre murió.

No sé por qué no dejo de pensar en esa historia desde la última vez que estuve en el médico. Cada vez que me ‘evado’ con alguna de estas recetas, me acuerdo de los Nonos, el real y el impostor, y no sé cuál es más auténtico. ¿De dónde vino el segundo Nono? ¿Y a dónde fue el primero?

Tengo miedo todos los días porque no sé la respuesta. Es esa ansiedad la que me calma la marihuana. Es el rincón del universo al que me lleva, lejos de todo esto, lo único que me mantiene en pie. Por Eva. Siempre por Eva. Y desde allí, desde ese lugar apartado, abrazada a la idea del primer Nono, la observo con ternura y pienso en lo mucho que la quiero, tan lejos, a mil años luz de ella. Así debería titularse un reportaje sobre mí”.

Y así se titula.