Hay un concepto en el mundo del vino que hace alusión a variedades donde el vino sabe a viñedo, o más concretamente, a la variedad o coupage de uva que ha dado lugar a ese brindis. A ese concepto se le denomina terpénico, y aunque técnicamente esta crónica vinícola no vaya de esto, sí que es un trampolín precioso para hablar de una familia que ha vuelto al viñedo para colorear su nueva imagen corporativa.
¿Cuáles son los rasgos clave que llevan a un grupo compuesto por 6 bodegas, 2200 hectáreas de viñedo y 75.000 barricas a repensar su branding? “Lo primero, la familia. No solo la referente a Martínez Zabala, sino también a todo el equipo de alrededor. Lo segundo, nuestro amor por el viñedo, de ahí el Inspired by Vineyards. Y la sostenibilidad, la innovación”, cuenta Francisco Honrubia, director general de Familia Martínez Zabala. En un momento en el que volver a la tierra se ha convertido, para profesionales y disfrutones de a pie, en mantra, los Martínez Zabala se ponen al frente. “Somos de nuestra tierra”, remarcan, y no solo cuidamos al viñedo, sino que éste también nos cuida”, reza el titular de sus nuevos tiempos.
Bodegas Portia (D.O Ribera del Duero) ha sido el escenario de presentación de la nueva imagen de marca, y con ella, de su nueva pasarela vinícola: su colección Martínez Zabala Gallery, su gama más exclusiva, compuesta por ediciones limitadas, botellas numeradas y detalles que son el todo.
«Con esto queremos elevar cada producto a la categoría de arte, eligiendo una serie de vinos cuyas variedades provienen de las localizaciones más privilegiadas de los viñedos familiares». Son productos que han pasado por una crianza exclusiva, vinos que ya existían: Portia Suma (vinificación integral, donde la uva entra directamente a barrica), Raro y Campillo 57 de Bodegas Campillo (considerado todo un chateaux de Rioja Alavesa), Triennia de Bodegas Portia, Faustino Icon Edition y la nueva joya: su Gran Faustino I. “Añada 2004, un año excelente, producido en el marco del cuarenta aniversario del primer Faustino I, el de la añada 58, cuando nuestros padres, Julio y María Pilar, decidieron abrirse al mundo”, dice Lourdes Zabala con brillo en los ojos. Un concepto transversal, de vinos de las diferentes bodegas familiares, compuesto por ahora, por tintos, pero quizá a futuro, también lleguen los blancos o espumosos.
Para el nuevo Faustino, se apuesta por el fondo y la textura de cemento, por eso de proteger al vino de la luz, como en su día hizo el padre de las hermanas Martínez Zabala. “Con este nos hemos permitido no poner el nombre en la etiqueta, sino arriba, porque sigue siendo un vino súper reconocible. A los lados, la cosecha, la de 2004, que fue una añada increíble, y la firma del bodeguero”. Lleva un mes en el mercado, pero ya está haciendo historia en el álbum familiar.
Esa que en términos heráldicos habla de flor de lis. “Es la pureza, la lealtad y el honor de los Martínez”, dice Lourdes. También está el león de los Zabala: fuerza, valor y trabajo continuo, con las líneas de la tierra, dejando claro en el escudo familiar de la cápsula que aquí se ha venido a trabajar, para luego, disfrutar con copa en mano.
Familia práctica, como lo es el edificio de Bodegas Portia. Diseñada por Norman Foster (fue su primera bodega esbozada), cuenta Lourdes que ésta es una bodega de dentro hacia afuera. Cemento, acero, madera y cristal. Los elementos del vino, al fin y al cabo. Ese que hasta ahora ha inspirado sus 47 añadas de Faustino I (el Gran Reserva más vendido de Rioja) y el que inspiró al abuelo homónimo, que usaba nombres como Viña Parrita Gran Reserva, Viña Campillo o Viña Santa para esos crianzas con los que quiso embelesar al mundo allá por los albores del recorrido vinatero de esta familia.
Hoy, ciento sesenta años después de las primeras labranzas, la cuarta generación familiar encabezada por Lourdes y Carmen Martínez Zabala es ya el primer exportador de Gran Reserva de Rioja en el mundo, pero entre líneas, su crónica habla de una familia que va mucho más allá de los lazos de sangre. “Para nosotras, los viñedos lo son todo, de hecho, ninguna de nosotras recordamos cuándo visitamos las viñas por primera vez”. Y los agricultores, ay, las gentes del campo. No ha llovido poco en sus diferentes parcelas desde que el abuelo Faustino empezara plantando la Tempranillo, la Mazuelo o la Garnacha. Hoy, las nietas y el equipo que las acompaña estudian los suelos, miden la masa vegetal por satélite o aprovechan los microorganismos positivos que conviven en la viña. Microbiota a porrón, en un escenario donde el trabajo manual tiene su merecida cuota de protagonismo.
“Somos agricultores antes que bodegueros”. Pues bien, estos agricultores han llegado hasta ciento cuarenta países. Ah, lo de la Luna (dixit Familia Martínez Zabala): “Si colocásemos en línea recta todo lo exportado de Faustino I desde 1964, cubriríamos la distancia de la Tierra a la Luna: 384 mil kilómetros de distancia”, dicen. Pues eso. Viñedos del ayer, el hoy y el mañana, y en definitiva, viñedos como musa siempre.