Gastro

Las mujeres que demuestran que hacer vinos no es (sólo) cosa de hombres

Huyendo de los tópicos y los convencionalismos a los que estamos acostumbrados, damos voz a tres mujeres que demuestran que la viticultura heroica y comprometida no es sólo cosa de hombres.

En los extremos de la geografía española hay tintes de similitud en la viticultura heroica que desarrollan tres mujeres con una mirada sosegada y consciente. Están enraizadas en el paisaje del Empordà, la Ribeira Sacra y La Palma. Además de leerlo a través del vino, lo regeneran y lo proyectan a futuro.

“Queremos que nuestra relación con la tierra sea simbiótica, que cuando la trabajemos seamos capaces de generar relaciones con la naturaleza que vayan
a su favor”, dice Anna Espelt, bióloga y enóloga. Elabora vinos en Celler Espelt, en el Empordà, y reconoce que después de dos generaciones desvinculadas, la suya se ha reconectado con la tierra: “Antes era accesorio y ahora es esencial, porque las condiciones han cambiado; tenemos el cambio climático encima. Hay que elaborar vinos sinceros”. En los viñedos de Mas Marés, en el Parque Natural del Cap de Creus, ha creado mosaicos agrarios de alto valor natural, un modelo que inocularán a las demás fincas. “Alzamos la mirada. Vamos más allá del viñedo para que se conviertan en auténticos corredores biológicos. Trabajamos en ecológico y nuestro aprendizaje ahora es cuidar de los suelos. Es un tema de sensibilidad”, reflexiona. “Nos gusta que cuando se escoge un vino, se sepa que beneficia al paisaje. En el viñedo tomamos decisiones que van en esta dirección, como la recuperación de variedades ancestrales (Cariñena Blanca) que son más resilientes”, afirma. Sabe que es un trabajo lento, pero tremendamente eficaz.

“No ha habido una generación con una tierra tan gastada como la nuestra”, se lamenta Laura Lorenzo, viticultora en Ribeira Sacra. Cuando en 2014 empieza su proyecto en Manzaneda, el primer reto fue regenerar los suelos porque habían perdido toda la materia orgánica y la microbiología. “El cambio en el cultivo tuvo consecuencias, una bajada de producción tremenda porque las plantas entraron en crisis. Es ahora que van tomando fuerza”, cuenta. Maneja vides centenarias o
casi, plantadas en laderas donde todo se hace a mano. “El progreso de los 90 no llegó a esta zona. Es un lugar donde el tiempo no ha pasado. Por eso los viñedos viejos se preservaron en minifundios. Sin relevo generacional y con costes de producción elevados, no era rentable para nadie”, relata. Ella decidió sumergirse en el abandono y conservar la rica diversidad varietal de la zona, de la Colgadeira a la Godello y de la Juan García a la Mencía: “Si lo tenemos es por algo y hay que interpretarlo de la mejor manera posible. Seguimos el proceso de regeneración y con la perspectiva de crear plantaciones propias. Tendremos que mecanizar para evitar que se disparen los costes de producción, pero sin perder nunca la esencia”. En Daterra Viticultores saben que la magia se produce en remansos de calma como los suyos.

“Esta tarde estaré podando en una parcela que es un tesoro heredado de mi familia donde hay vides centenarias muertas”, cuenta con pesar Victoria Torres, viticultora y quinta generación en Matías i Torres, La Palma. La sequía atroz de los últimos ocho años les obligará a replantar mucho antes de lo que hubieran imaginado, aunque la necesidad se va postergando por la indisponibilidad de agua. Las evidencias del cambio climático son graves en la isla y el envejecimiento de quienes cuidan los viñedos, también. Creen haber superado la música de la irreversibilidad por las sinergias recientes entre productores e instituciones para asegurar el cultivo de la vid. “La viña en la isla tiene muchos ecosistemas y ocupa el espacio donde ningún otro cultivo es viable. La prioridad es profesionalizar el sector y rescatar de la memoria las prácticas ancestrales que fueron útiles y que habíamos perdido”, cuenta Torres. “Tienes que ser un observador sensible, adaptarte con éxito a lo que pasa. Confío mucho en la capacidad que tiene la viña para apasionarnos y en la resistencia humana”, añade. El 2021 les ha regalado lluvia, aunque hay días de calima potente. “Mis viñas son mi bálsamo. Me siento privilegiada y hasta poco importa, a veces, la rentabilidad”, concluye.