¿Realmente Toro dejó de picar? Por si acaso, en el próximo corrillo enológico no caigamos en el cuñadismo de hablar de vinos de cuchillo y tenedor cuando salgan a la palestra los de esta denominación que, cierto, nunca fueron sopas tintas. ¡Rasca, mamá! Pues ya no tanto, sobre todo si empinamos copas que salen del sello de la Bodega Numanthia.
Y es que, desde que el grupo LVMH la comprara en 2008 por aquel flechazo de amor que supusieron los 100 puntos Parker para Termanthia 2004, la bodega de Valdefinjas, incluso antes, se propuso dominar a la bestia.
Si la tinta de Toro hasta repelió la filoxera, quién se atrevería a refinarla… Fracasaron antes los franceses cuando llegaron a la región en los años veinte por no escuchar ni a la tierra ni a los sabios que la cultivaban. Hubo que esperar a que los Eguren fundaran Bodega Numanthia en 1998 para que la denominación, establecida en 1987, empezara a aplacar el exceso de vigor e hiciera más amable la madera. Y ahora, el grupo multinacional del lujo por excelencia, otros franceses, apura la doma salvaje.
Ese innato espíritu corajudo de pura resistencia, por el que se la quiso emparentar con la antigua ciudad de Numancia y por la que luce en sus botellas una cabeza de toro pintada en una de las vasijas descubiertas allí, es sobre el que se asienta la evolución de la marca Numanthia. Plantas cuyas raíces han aguantado la violencia de la naturaleza, siglos de inviernos crudos y veranos de infierno. Que ni los caprichos humanos han conseguido doblegar, por más que la viña se haya retorcido y arrugado a lo largo de los tiempos. Ahí sigue un puñado de viñedos de pie franco, algunos de los más antiguos del mundo, dando una uva que no es sino el resultado de dos mil años de adaptación, la más insólita de las Tempranillo, un tesoro que viajó al Nuevo Mundo en camarote de primera.
Callos y ecología en la viña vieja
Nada como tirar de riñones durante la vendimia para pesar en mano estos racimos apretados. Allá que fuimos con la sana excusa de disfrutar de la presentación de sus chefs numanthinos en un show gastronómico en el que Javier Estévez (La Tasquería), Marc Gascons (Informal/El Tinars) y Sergio Humada (Txitxardin) cocinaron callos, mientras Marcos Morán (Casa Gerardo), el último en incorporarse, tiró de su fabada.
A falta de un enoturismo de más posibles, “ellos son como nuestras embajadas, nuestra forma de llegar al consumidor en restauración de alto nivel”, comentó sobre esta reciente alianza Lucas Lowi, director de la bodega, en Moët Hennessy desde 2007. Y, de paso, echarnos al coleto una cata vertical de Termanthia, magnums incluidos, la expresión más singular de Bodega Numanthia.
En esta jornada de vino y casquería con estrella Michelin se descubrieron además las nuevas añadas Numanthia 2016 y Termanthia 2014. “Por primera vez en la historia de la bodega las lanzamos en el momento ideal, con un poco más de tiempo en botella”. Al mando, además del mencionado Lowi, argentino de Mendoza que afirma que cuando cató Termanthia por primera vez sintió que su vida cambiaría para siempre, está un equipo comprometido con esta tierra pobre, toresano en su mayoría. Jesús Jiménez, director técnico, es manchego, pero adoptado por el Duero desde hace más de una década en su cuarta vendimia liderando Bodega Numanthia.
“Soy hijo de viticultor, he nacido en el campo”, nos dice Jesús. “Y lo que pongo en valor de Numanthia es haber aceptado esos viñedos viejos con bajo rendimiento. En el caso de Termanthia, un vino internacionalmente top con viñas tan escasas, algunas con 300 kilos por hectáreas”. Sería más rentable arrancarlas, plantar de nuevo e irse a cinco mil kilos por hectárea. “Pero hay que mantener vivo el patrimonio. El vino puede gustar más o menos, pero lo que nunca va a cambiar es que está hecho de un viñedo que tiene los años contados. Para cambiar el mundo debemos empezar por nosotros mismos”.
Lo mismo vale para su filosofía medioambiental, con Marine Roussel al frente: “Queremos ir más allá mejorando el entorno”, señala esta asistente bregada en Burdeos. En marcha un proyecto de biodiversidad, en colaboración con la empresa de conservación GREFA, para rehabilitar y perfeccionar los hábitats de la fauna autóctona, proyectos de selección clonal para preservar el patrimonio genético y hasta un plan de reforestación. “No lo hacemos por green washing”, aclara Alejandro Vicente, responsable de viticultura, “trabajamos en ecológico porque salen mejores uvas y ganamos en resiliencia, es egoístamente positivo”. Se llama equilibrio natural. “Hacemos ecológico porque no podemos hacer otra cosa”, ratifica Jesús. “Los agricultores de la zona eran ecológicos sin certificación. Es un acuerdo estrecho con la historia de una región humilde que no por eso se arruga, como los numantinos”.
Una uva para tres vinos distintos
“El buen vino nace en el viñedo”, adelanta Alejandro. Todo manual, poda en verde para airear el racimo, viñedo en vaso para que uva y hoja no se tuesten en un clima soleado, seco y sin apenas lluvias. Bodega Numanthia cuenta con un mosaico de 200 parcelas, algunas no pasan de la hectárea, con ocho tipos de terruños. Unos cien kilómetros de distancia, con la bodega en medio. Cada parcela se vendimia en su momento para no encontrar ni verdores ni sobremaduración que haga pesado el contenido. De los mismos suelos arenosos, y con una única uva, salen tres perfiles distintos de vino: Termes (viñas de 30 años), Numanthia (viñas a partir de 40-50 años) y Termanthia (selección de viñas centenarias). Manejan unas 30 hectáreas de viñedo centenario, algunas plantas de comienzos del siglo XIX –las que vendimiamos en el terruño de Argujillo alcanzan fácilmente los 140 años– y hasta tienen parcelas de 200 años. Con rendimientos, ya mencionados y sobre todo en el caso de Termanthia, ciertamente ridículos que el grupo LVMH se puede permitir.
Pero no por ser viejas las viñas son mejores. Termanthia sale de la emoción de catar en el campo las mejores uvas crujientes de semillas muy dulces. Casi un juego embotellado, mientras Numanthia es su vino más representativo por calidad y volumen, el único de la zona que se nutre de uvas autóctonas tinta de Toro pero de ocho terruños distintos a lo largo de más de cien parcelas. Todo este esfuerzo que parte del viñedo se traslada a la bodega, en donde los tres perfiles pasan el filtro de la mesa de selección, el despalillado donde se descarta la pasificación, y el escaneado final (una seleccionadora óptica que hace veinte fotos por segundo). Este proceso que antes fue de grano a grano descarta el 15% de la cosecha.
Beber el Toro del siglo XXI
Fruta, estructura y frescura. Esta podría ser la fórmula actual en la que trabaja Bodega Numanthia. Vinos fáciles de beber que al mismo tiempo tengan capacidad de guarda. Aunque haya desaparecido la aspereza, sigue siendo Toro, en donde la falta de acidez se compensa todavía con un esqueleto robusto que hace que les sienten bien los años. Bebimos en la Abadía de San Zoilo, Toro, Numanthia 2015, todo fruta, y Numanthia 2007, todavía vigoroso, un viaje en el tiempo a la añada más difícil de su historia. Ambos en magnum, después de que retumbara la frase: “La vida sabe mejor en magnum”.
Por la noche, Numanthia 2003, que nació en un contexto americanizado de alta concentración, y Numanthia 2016, la nueva añada que sale ahora, un elegante blend que, al igual que Termanthia 2014, procede de los terruños de La Jara, La Manga, Venialbo, El Pago y Alguijillo.
En pleno boom de los vinos de parcela, la bodega aprovecha la pandemia para embotellar una barrica de cada una de las parcelas más importantes de la casa. El resultado es una caja regalo que se lanza este 2022 con una colección de tubos que contienen todos los vinos de parcela junto con el blend final de Numanthia. Para acabar quedó el despliegue vertical de Termanthia, con el Termanthia 2006, de la era Eguren y con tanino goloso, el Termanthia 2010, un año perfecto y 200% de barrica nueva, el magnum de 2012, muy fresco, y el de 2014, en pleno lanzamiento.