Aunque sus artículos de opinión son los que en buena parte le han dado fama, Ricardo Colmenero (Orense, 1977) se declara periodista antes que columnista o escritor. Tras pasar por el Miami Herald, recayó en la redacción madrileña de El Mundo para poco después dar el salto a la entonces incipiente sede del periódico en Ibiza. Y lo que iba a ser un destino temporal se convirtió en el lugar en el que lleva casi dos décadas.
Desde allí escribe, entre otras cosas, artículos que parten de lo personal, de la memoria y de la anécdota, para terminar abarcando distintos temas. Uno de ellos le valió a Ricardo Colmenero el premio Julio Camba en 2018 y otros cuantos han sido recopilados en el libro Literatura infiel (Circulo de Tiza), al que él al principio quería llamar Lapidando a la abuela, como el título de una de las columnas que mejor definen su personalísimo estilo.
¿Qué pinta un gallego en Ibiza? ¿Te atrapó la isla?
No, la verdad es que no… Yo estaba perfectamente en Madrid. Vine un poco obligado, con la idea de irme en seguida a cualquier otro sitio a hacer cualquier otra cosa. Pero luego hice buenas amistades, he tenido parejas aquí y llega un momento en el que te enganchas, sobre todo cuando te compras una casa. Y económicamente no estaba mal, pero profesionalmente era una pata que cojeaba…
Siempre dices que ante todo eres periodista, por delante de columnista. Dentro de todos los géneros de la profesión, ¿cuál es con el que más disfrutas?
Con el reportaje. Ir a un sitio en el que nunca he estado a ver gente a la que nunca he visto, moverme como un extraterrestre y mirar con ojos de primera vez y de niño.
Una de las condiciones que te puso tu jefe cuando te dio luz verde a que empezaras a escribir columnas fue que no fueran sobre temas personales… ¿Te cayó una bronca?
No me dijo nada. Supongo que le gustaron desde el principio o se apiadó de mi alma. El estilo personalista, el contar las cosas desde la primera persona, es una manera como cualquier otra de acercarte, y es cuando tienes la garantía de que quien te está contando una experiencia es él.
Es decir, si das una visión de la última declaración de Pablo Iglesias, pues probablemente no tengas toda la información que rodea a una crítica; si hablas de tu perro, tienes absolutamente toda la información sobre él, y nadie sabe más que tú sobre eso. El talento está en conseguir que le interese, que le resulte entretenido y que quiera leer hasta el final del texto, al que no tenga perro.
En tus artículos partes de vivencias personales, de recuerdos. Ese ejercicio de memoria, de nostalgia, ¿a veces es doloroso?
Sí y no. Porque realmente me acerco a eso cuando ya lo he superado. Una de mis características es que en todos mis textos tiene que haber algo de humor, como sea, a través de la ironía, de la sátira…
Para que yo escriba sobre algo tiene que resultar divertido. Aunque es cierto que cuento historias traumáticas, como el fallecimiento de algún familiar o alguna ruptura sentimental, que en el momento en que ocurrieron no eran en absoluto divertidas, pero que cuando pasan diez años de repente tu subconsciente te devuelve a ellas, y eres capaz no sólo de reírte de ti mismo o de esa mala situación que pasaste, sino también de que los demás se acaben riendo de cosas terribles, como puede ser tirar las cenizas de mi abuela o una minusvalía, como la de mi hermano…
Te aproximas desde el humor a las pequeñas tragedias cotidianas que tiene todo el mundo. Al fin y al cabo yo hablo de mí, pero en realidad hablo de todo el mundo. La idea es que a la segunda línea deje de ser Ricardo F. Colmenero y sea el lector el que se identifica. Si no, no funcionaría. O no lo haría tan bien.
¿Y has sentido alguna vez pudor por lo que cuentas?
Sí, seguramente en las historias buenas. Sucede cuando llegas al final (que no es cuando están perfectas, sino cuando son las 9 de un viernes y tienes que entregar), y siempre estás entre dar a ‘enviar’ o borrarlo todo y hacer cualquier cosa menos íntima. Pero me encontré con que esa forma de desnudarme lo valoraba mucho la gente que sabe escribir, y eso me animó a perder el pudor. Y de ahí que recibiera varias ofertas editoriales para unir estas historias, y que saliera Literatura infiel. Una vez hecho, ya está.
¿Qué papel juega la comida como parte de ese costumbrismo de tus columnas? ¿Qué recuerdos tienes de la mesa, de los olores de la infancia…?
Hay mucho de la comida en mi obra. Porque soy gallego y me crié haciendo los deberes en la cocina. Ya desde muy pequeño me atrevía a hacer cosas. Lo primero que me viene a la cabeza de la infancia es la matanza del cerdo, que convive contigo vivo y muerto, primero como animal y luego como distintos platos a lo largo del año. Pero hay muchísimas mesas en Literatura infiel, con parejas y con ex parejas, mesas buenas y otras en las que se masca la tragedia… Tengo ‘buen diente’, que se suele decir.
¿Alguna anécdota gastronómica divertida?
Recuerdo a una ex pareja, con la que estaba convencido de que pasaría el resto de mi vida y con la que tendría hijos. Cuando ya se aproximaba ese momento, por los años que llevábamos juntos y por una cuestión de edad, un día mientras comíamos hizo una cunita con una miga de pan. Yo pensé, esto va bien, por donde yo quiero. Y una vez que estaba hecha, se la comió… Me abandonó un tiempo después.
¿Te gusta cocinar?
Me gusta mucho, soy bastante bueno haciendo vieiras. Si tuviera que ir a MasterChef las haría con una especie de puré de verduras con caldo de marisco. Siempre decía que si estuviera en el corredor de la muerte, en la última cena pediría centolla; pero he cambiado de idea hace poco, y pediría un plato que en Formentera se ha puesto muy de moda: el bogavante con huevos fritos.
¿Y qué nuevos proyectos estás cocinando?
Estoy escribiendo una novela. Que en realidad está ya. Pero no me gusta cómo está, hay algún personaje que me baila… Y en cuanto sepa cómo arreglarla tiraré para adelante. Tengo la calma de que hasta que esté totalmente conforme no tengo por qué salir al mercado. La verdad es que no sé cómo catalogarla… Al igual que tampoco sé hacerlo con la mayoría de las novelas que me gustan.
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