Ay, qué sería de nuestra vida si pudiéramos negarnos a hacer todo lo que no nos apetece o con lo que no estamos de acuerdo… ¿Utopía? Pues nos tememos que sí. Porque la triste realidad es que en el trabajo, en casa o incluso en los momentos de ocio en el bar, es habitual que de vez en cuando no quede otra alternativa que «tragarse un sapo». O, lo que es lo mismo, vernos obligados a aceptar o soportar un hecho que nos genera un profundo fastidio.
La expresión es muy popular en España y en algunos países de América Latina. ¿Pero por qué ‘tragarse un sapo’ y no cualquier otra cosa? Bueno, pues para empezar porque es una metáfora bastante explícita, ya que tener que aceptar ciertas circunstancias es tan poco apetecible como echarnos al gaznate uno de estos anfibios. ¿Acaso conoces a mucha gente que estarían por la labor? Y no, no cuenta decir Nacho Vidal y demás personas que utilizan a los sapos (o, más exactamente, su veneno) para colocarse. Ese es otro tema… De todas formas, hay gente para todo, incluso que come medusas…
Aunque parece que su origen es menos literal de lo que se pudiera pensar y más teológico. Ya que en la antigüedad el sapo (y también la culebra) era considerado la representación animal del demonio. Y, por tanto, tragarse un sapo significaba que lucifer se introducía en nuestro propio cuerpo. Algo muy chungo, vaya…