En esta irrealidad que estamos viviendo, yo tampoco intento adivinar cómo será la salida del túnel. Hay una parte bien real que ya he comprendido: todos los conciertos que me van anulando o posponiendo y que por el momento llegan hasta mediados de julio. Mi primer pensamiento cuando todo comenzó a resquebrajarse, fue para los compañeros de profesión que hacen permanentes equilibrios en el alambre, siempre al límite económicamente y el mazazo adicional que supone esta circunstancia sobrevenida. Precariedad sobre precariedad.
Rebobiné estos días y durante unas horas volví a escuchar maquetas de canciones que no tuvieron cabida en el último trabajo, Casi nada está en su sitio. Consideraba que algunas de ellas podían haber estado dentro. Al volver a escucharlas después de dos años pensé que unas servían y otras no, concluyendo: ahí estaba, ya escrito o esbozado el 70 por ciento de la próxima entrega. Así que a ello me dedicaré las próximas semanas.
Ante el confinamiento, mi primer impulso fue ponerme a ordenar libros, escanear documentos, algunos muy, muy atrasados, amarilleando ya; tirar los papeles que ya te parece innecesario conservar tras años rebotando de un lugar a otro de la casa y leer o releer libros pendientes. Sobran horas. Conviene no ir muy deprisa porque igual la Cosa va para largo y te puedes encontrar sin nada más que ordenar en pocas semanas. Cuando hurgo en las montañas de papeles encuentro fotos, recortes de prensa, documentos que no recuerdo por qué guardé y, sobre todo, por qué no me habría deshecho de ellos a tiempo en vez de recolocarlos en otro espacio.
Me levanto temprano, como siempre, camino en la cinta y hago rutinas de mantenimiento durante hora y cuarto más o menos. Desayuno y me acerco al quiosco más cercano, a unos 400 metros de casa para comprar prensa de Barcelona; la de Madrid me la dejan a las 6.30 en el buzón. Como la frutería está al lado del quiosco, si necesito, entro. Pactado el almuerzo, cerca del mediodía me pongo en marcha mientras leo los periódicos, veo la tele o escucho la radio.
Unos días antes de que se desatara la Cosa, Marina, mi hija, estuvo en Abejar (Soria), cazando trufas en terrenos de José María Bohíllo (el Rey de la Trufa le llaman) y trajo una cosecha espléndida. Las usamos. El primer plato del confinamiento fue un puré de patatas violeta coronado por dos huevos (tres minutos hirviendo suave) y trufa rayada por encima.
A la fuerza cocino estos días, pero no me pesa nada. Somos Ana y yo los comensales, y vamos de un bacalao a la vizcaína a un risotto con setas, unas mollejas de cordero a la plancha, una raya escabechada o un potaje de cuaresma. Ana también cocina lentejas muy ricas.
Tenía el frigorífico y el arcón hasta arriba, de ahí vamos tirando y del pan previamente congelado para desayunos; las mermeladas que hay en la despensa las hacemos en casa, son de la pasada cosecha de grosellas, también de mora roja y negra.
Escriben los amigos, de acá y de allá; de acá, muy preocupados, para confirmar que todo va bien y de más allá, viendo cómo se acerca y desparrama la Cosa mientras comienzan su cuarentena. Alguno retuitea a Noam Chomsky y sus acostumbrados delirios, en este caso acerca de lo que estamos viviendo. También me envían vídeos maravillosos como el de Viva l’Italia, cantada por gente que amo.
En medio de la primera semana de confinamiento, León, cinco años, nieto, hijo de Paloma y David, se destapó como cantautor; su padre le acompañó con unos acordes al teclado y una batería y él se arrancó con su primera composición, música y letra: «El coronavirus, el coronavirus / el peor virus de mi existencia / va contagiando a todo el mundo / quiero que se vaya ese virus del mundo / para que pueda salir de casa / para ver a mis amigos…». Olivia, su hermana, se harta de dibujar y de aburrirse, aunque en casa mantienen la tensión, rutinas de estudios y demás. Al caer la noche hablamos con ellos y les vemos… en el móvil. Es duro no estrujarles… pero hay cosas mucho peores.
Saturados informativamente del monotema, apagas la fuente y te sorprendes a ti mismo buscándola compulsivamente poco después. Todos parecemos ir a ciegas, unos por pura ignorancia, otros por indisimulada indecencia, algunos políticos porque «nunca pasa nada» digas lo que digas y la tropa, perpleja, acogotados por inevitables ertes. Una consejera autonómica, la de Catalunya concretamente, afirmó sin pestañear, poco antes de que el diluvio comenzara, que el coronavirus catalán era diferente al de España. Todo eso es gratis.
Nada puede salir bien de este laberinto infernal. Todos estamos interpelados. Algo hemos debido hacer mal para que las economías se derrumben como un castillo de naipes mientras asistimos de nuevo a un juego en el que alguien reparte unas cartas que están marcadas. ¿Se romperá la cuerda de nuevo por la parte mas débil?
En la música, llueve sobre mojado, fuimos los primeros despojados de nuestros derechos, antes que el cine, los libros, la prensa… Con la piratería física, hubo un cierto tumulto, por la grosería con que se perpetró ante la permisividad de la autoridad (es que si no, venden droga); en internet, reculando las instituciones ante el empuje de las redes, engrasadas puntualmente por operadores, fabricantes… Un leve recuerdo al conflicto de la Copia Privada, sin ánimo de agotaros porque ya doy por supuesto que nadie sabe de qué hablo. La Copia, su dinero, venía a restablecer en parte unos ingresos, implantados en la mayoría de los países europeos, para corregir el derecho de autores, artistas, dueños de soportes ante un desfase económico perverso que autorizaba al consumidor a la copia de creaciones de cualquier tipo y cargaba sobre los fabricantes de ordenadores o móviles unas cantidades poco significativas por el uso indiscriminado de ese repertorio que revertían en las Sociedades de Gestión de Derechos, encargadas de su reparto en los diferentes países. En el caso de España, cien millones de euros, diez años atrás. Las redes, la estupidez y la demagogia de los gobernantes hicieron esa tasa muy impopular y en el siguiente relevo de gobierno la eliminaron con el argumento de que si dejaban de cargar ese impuesto el precio de los dispositivos (móviles, ordenadores…) bajaría. ¿Supongo que todos ustedes habrán notado cómo han bajado en estos años…?
Lo siguiente fue aplicar una tasa diferente, más cómoda y con cargo a los Presupuestos del Estado (así la pagamos todos, no sólo los que compran soportes para reproducir música o películas) de cinco millones de euros anuales. ¿Y cómo se llega a la conclusión de que esa es la tasa que debe pagarse? Aplicando la directiva más laxa de la Unión Europea, un euro por cada habitante, pero no aplicaron la población de España (47 millones), sino la de Noruega (5 millones). Todo eso se derrumbará como un castillo de naipes, presiento, cuando juzgue el Tribunal de Estrasburgo, pero entretanto habrán pasado diez, doce años, sin que los fabricantes hayan abonado las cantidades debidas y vayan ustedes a buscarlos y reclamar; muchos ya ni están en el mercado. Estoy hablando de derechos consolidados en Europa que aquí los gobiernos se han pasado por el arco del triunfo.
Quiero decir que mi esperanza en la recuperación de infraestructuras musicales, modestas pero fiables, son nulas. El empobrecimiento de los circuitos de salas es pavoroso y la situación actual es la puntilla. Todo el sector, todo el tejido cultural que no esté en camino de su autodestrucción sufrirá como está sufriendo todo lo que tenemos ante nuestros ojos y podemos nombrar hasta llenar varios folios. Claro que se recuperarán los grandes conciertos, pero estoy hablando de otras cosas…
Mientras, aquí matando el tiempo, que si un documental sobre los primeros años de Bowie, que si no vi a tiempo Rocket Man y la recupero, como la temporada de Vergüenza o la de Cuando yo no esté. La música siempre a un clic, de Erik Satie a Bach, de Morgan a Silvia Pérez Cruz, de Aca Seca Trio a Forma Antiqva, de Jobim a José Alfredo Jiménez.
Cuando no escucho música, leo; no estoy capacitado para hacer las dos cosas al tiempo: Zweig, Oliver Sacks, David Trueba, Elvira Lindo, Almudena Grandes, Millás y para largos confinamientos Maeterlinck (La vida de las abejas, La vida de las hormigas, La vida de las termitas, La inteligencia de las flores).
Saldremos de ésta, como de otras hemos salido. Ojalá que más fuertes. Es un deseo.
Víctor Manuel es cantautor, productor musical y cinematográfico y recientemente ha publicado el libro ‘El gusto es mío’ (Aguilar), un recorrido por sus vivencias gastronómicas. Está pasando el confinamiento en su casa de Madrid, junto a su esposa, la actriz y cantante Ana Belén. Ambos están bien.
Otras opiniones:
- Y de repente, por Calos Latre.
- Cuando éramos animales, por Diego Guerrero.
- Estos días felices, por Mikel Urmeneta.
- ¿Sueñan los androides con tortillas eléctricas?, por Edu Galán
- La visita, por Albert Adrià.
- Esta revista es tu casa, por Andrés Rodríguez.
- Crónica de un confinamiento, por Silvia Abril.
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