Reportajes

Gastrodiplomacia: cenas de alta política

Ronald Reagan
Ronald Reagan, su esposa y Jane Wyman alrededor de una mesa en la década de los 40's. Foto: Getty Images

En 1939, el rey Jorge VI y la reina Isabel visitaron Estados Unidos invitados por el presidente Franklin D. Roosevelt. Se trataba de una visita geopolítica, porque Reino Unido quería que EE UU se implicara en la Segunda Guerra Mundial. Pero la atención de la opinión pública se centró en una pregunta: ¿comerá el rey perritos calientes?

Franklin y Eleonor Roosevelt habían invitado a los reyes a un pícnic informal en su mansión del pueblo de Hyde Park, en Nueva York, y el menú incluía perritos calientes con cerveza y refrescos. Teniendo en cuenta que la cena formal de la Casa Blanca consistía en ensalada de queso helado con berros, sopa de cabeza de ternera y tortuga con palitos de pan de maíz, no resulta sorprendente que, como informó al día siguiente The New York Times, “El rey prueba los perritos calientes y pide más”.

El libro Hot dogs and cocktails explica que, en un mundo en el que cada detalle de las relaciones internacionales estaba cargado de significado, los perritos calientes se consideraron entonces la expresión del choque cultural entre los dos países. La prensa afirmó: “Si pueden relajarse lo suficiente como para comer perritos calientes como lo haría un estadounidense… eso es una prueba de sus cualidades democráticas”.

Lo cierto es que EE UU entendió muy bien lo que años más tarde se llamaría gastrodiplomacia, y la desarrolló mejor que nadie en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces, además, cuando se produjo un extraordinario desarrollo de las relaciones internacionales debido a la creación de organizaciones como la ONU o la OTAN y a la mayor rapidez de los transportes, que facilitó los viajes oficiales.

PEPSI Y GUERRA FRÍA

En 1959, Richard Nixon, vicepresidente de Dwight D. Eisenhower, acudió a la Exposición Americana en Moscú. Se trataba de una feria de intercambio cultural entre los dos países, y sus atracciones principales eran los alimentos precocinados, un puesto de Pepsi-Cola y una moderna cocina estadounidense con los últimos electrodomésticos.

En ella tuvo lugar uno de los enfrentamientos diplomáticos más recordados de la época, que se conocería como el ‘debate de la cocina’, en el que Nixon y Nikita Jrushchov, el líder soviético, contrastaron las formas de vida en los países capitalistas y comunistas. Tras la discusión, el día concluyó con una cena cordial en la que se sirvieron caviar y champán. Después del brindis, los mandatarios tiraron sus copas al fuego en señal de amistad y paz. Sin embargo, sería la foto de los dos dirigentes juntos bebiendo Pepsi la que daría la vuelta al mundo.

No todas las comidas diplomáticas acababan con un brindis. Como cuenta la revista Foreign Policy, resulta difícil superar el famoso banquete que se encontró la delegación soviética cuando, en 1954, visitó la China de Mao. El plato principal, ‘Dragón luchando con tigre’, eran un gato y una pitón asados. Evidentemente, aquel encuentro no mejoró las relaciones entre los dos países, ya de por sí malas.

ELEGANCIA EN LA MESA

Fue durante el segundo mandato de Eisenhower cuando las comidas diplomáticas estadounidenses se volvieron más elegantes, con platos a la moda como el aspic de foie gras. La posguerra había pasado y el país estaba inmerso en un periodo de crecimiento económico espectacular.

Pero fueron su sucesor John F. Kennedy, y sobre todo su esposa Jackie, quienes consiguieron que las comidas de Estado alcanzaran unas cotas de sofisticación sin precedentes. En el libro Fuera de carta, Rodrigo Varona y Javier Márquez cuentan que Jackie “se convirtió en la primera esposa presidencial que decidía quién se haría cargo de la cocina […] eliminó cualquier presencia castrense en el servicio”, apostó por la cocina francesa y creó el puesto de chef ejecutivo de la Casa Blanca, para el que contrató a René Verdon. El primer almuerzo que preparó el cocinero fue para Harold Macmillan, el primer ministro británico. Afortunadamente, más de veinte años después, en el menú ya no había cabezas de ternera ni perritos calientes. Verdon cocinó, entre otros platos, trout en geles au chablis y filete de ternera au jus con fondos de alcachofa Beaucaire. El veredicto de Craig Claiborne, el refinado crítico de The New York Times, fue “¡Bravo!”.

Pero el glamour hollywodiense, que los Kennedy utilizaron tan bien, ocultó en ocasiones unas relaciones diplomáticas difíciles. En su mediático viaje a París de 1961 para reunirse con el general De Gaulle, los discursos, desfiles, espectáculos y las cenas de gala acompañadas de refinados vinos franceses no consiguieron que el joven presidente estadounidense y el viejo general francés acercaran sus irreconciliables posturas sobre la OTAN y la defensa de Europa.

DEL CONSOMÉ A LA GASTRODIPLOMACIA

En España, la dictadura franquista y la posición neutral en la Segunda Guerra Mundial hicieron que el país permaneciera aislado internacionalmente durante décadas. Eso cambió en diciembre de 1959, cuando la visita del presidente Eisenhower marcó el final de esa situación. Tras un multitudinario desfile en descapotable por las calles de Madrid, por la noche se sirvió en el Palacio de Oriente una cena de gala que consistió, entre otros platos, en caldo de ave con néctar, silla de ternera de Castilla, verduras de la Granja y helado de café, como publicaba al día siguiente el diario ABC.

No sabemos si Eisenhower, hombre de gustos sencillos, disfrutó la comida, pero es muy probable que le gustaran los vinos. Fue el primer presidente estadounidense que documentó los vinos servidos en sus cenas de Estado, por eso sabemos que tenía predilección por las bodegas francesas y españolas.

Pero no fue hasta los primeros años de Adolfo Suárez como presidente cuando empezaron a ser más frecuentes las visitas de dirigentes extranjeros. Entonces, los medios de la Moncloa no tenían demasiado que ver con los del Palacio Real.

MESAS ESPAÑOLAS

En La cocina de la Moncloa, Julio González de Buitrago, que fue cocinero con Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar y Zapatero, cuenta que entonces “ni las instalaciones… ni el personal daban para mucho”, por lo que cuando un almuerzo oficial era importante se “contrataba con el Ritz o el restaurante Jockey. ¡Hasta había que pedir prestados los candelabros al Ministerio de Asuntos Exteriores!”.

Entonces pasaron por España Jimmy Carter o Helmut Schmidt, este último en 1977 para abordar la entrada de España en la Comunidad Económica Europea y su integración en la OTAN. Los menús se improvisaban un poco, y se preparaban bajo la supervisión de Amparo Illana, la esposa de Suárez, cuenta Buitrago. En aquella ocasión Schmidt cenó consomé al jerez, pimientos del piquillo rellenos de chipirones con su tinta, salmón de Asturias con salsa de cangrejo y tarta de arroz con canela.

Hoy, la Presidencia del Gobierno organiza dos o tres comidas de Estado al año con mandatarios internacionales, y ni la situación política ni el grado de sofisticación de la cocina son comparables. Las comidas, preparadas por cocineros importantes, se organizan según un programa llamado Sabores de España, cuyo objetivo es “poner en valor la gastronomía española”, y en general proyectar una imagen atractiva del país. Se sirven platos como tartar de salchichón y berenjena ahumada, cigala de Santa Pola con canelón de patata y crema de helado de aceite hojiblanca con miel con polen. Seguramente ya no se asume el riesgo de servir perritos calientes y cerveza  a un rey inglés, pero la diplomacia también ha cambiado y ahora, por suerte, se trata más de promocionar los productos locales que de convencer a un país extranjero de que te acompañe a luchar contra los nazis.

*Artículo publicado originariamente en TAPAS nº 48, noviembre 2019.
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