Estamos a las puertas de la habitación de hotel de Alice Cooper. A pocas horas de su actuación como cabeza de cartel, junto a Aerosmith, en el Barcelona Rockfest 2017. ¿Habéis visto This is Spinal Tap (la película de Rob Reiner de 1984)? La situación no desmerecería como gag en esa obra maestra del mockumentary roquero. Armados con un bocata de calamares de medio metro recién hecho, intentamos convencer al séquito del padre fundador del shock-rock para que Alice se fotografíe con el sándwich ‘quintaesencial’ de la tasca madrileña. Nos bloquea el paso a la suite un afable pero granítico road-manager, Tobias. “Alice Cooper no va de comida ni de bocatas. Va de acojonar al personal, de sangre y tripas, guillotinas y rock and roll”, suelta el tipo (bajo su seriedad se percibe a un cachondo que saborea cada segundo de su papel de poli malo). Apelo al espíritu gore y surrealista de Vincent Damon Furnier: “Podríamos hacer una sesión descuartizando el bocadillo. ¡Además, él es un gran fan de Dalí! Aquí al lado hay una de las mejores panaderías de la ciudad. Seguramente tendrán panes de Dalí!” (En realidad, el pan daliniano incrustado en la fachada del Museo Dalí es el pa de tres crostons o pan de puntas, una especialidad típica del Ampurdán). Se le iluminan los ojos: “Alice descuartizando un bocata de calamares. ¡Mejor con un hacha que con un cuchillo! Necesitamos un hacha y unos panes ¡Cuánto más grandes, mejor!” Aparece un roadie metalero como de la nada, a lo Wayne’s World, entusiasmado: “¡Bajo a comprar un hacha pitando!”, grita. Conseguir hachas medievales y panes dalinianos a las diez de la mañana en la Rambla es puro Spinal Tap. Pero contra todo pronóstico, sí se puede.
Los cuarenta minutos de delirante juego de obstáculos quedan en anécdota, tras comprobar que una vez sorteados los escollos, el personaje detrás del maquillaje es el que me he topado en anteriores ocasiones: a los 69 años, Cooper es un conversador inteligente, locuaz y articulado, con los pies en el suelo y que presta una atención exquisita al interlocutor. Minutos antes de la entrevista, él mismo ha ido al lavabo a aplicarse el maquillaje.
¿Cooper y la comida? En sus canciones hay pocas alusiones al placer gastronómico, mas allá del grand guignol gore literalmente satánico (‘Devil’s food’) o el humor enfermizo alusivo a la fagia necro y copro (‘Sick things’) y a los dientes podridos de chucherías (‘Sticky sweet’). No así en la vida real: en 1998 abrió Cooperstown, en Phoenix (Arizona), un restaurante que reúne sus tres grandes aficiones: “rock and roll, deporte, y comida”, explica.
No esperéis nada refinado, tampoco perverso: Cooperstown es un gigantesco barbecue joint, a medio camino entre un museo temático de Alice Cooper y un bar de béisbol, en el que a veces actúa por sorpresa. La especialidad insignia es The Big Unit: un perrito caliente del tamaño de un pequeño monopatín, ahogado en salsa de queso, jalapeños, ensalada de col, encurtidos, cebolla y tomate. “Y pese a que tiene todos los toppings del mundo, no pueden esconder el sabor de la mejor salchicha de Viena que puedas encontrar”, exclama orgulloso el enjuto roquero. Esta barbaridad lleva el apodo del pitcher clásico de los Arizona Diamondbacks, Randy Johnson, socio de Cooper en el local. “Un sitio en el que, por cierto, los pollos siguen metiéndome en problemas”, prosigue. La Alice Cooper Band dio su primer paso a los Olimpos de la infamia en 1969, a expensas de una pobre gallina que devolvieron al público desde el escenario (“pensé que era un ganso y volaría, pero no”), a la que despanzurraron en un segundo. “Un jugador de los Diamondbacks se calzó tres pollos enteros. Y claro, al día siguiente perdieron el partido”, se parte de risa.
Alicia en el País de las Barricas
Si algo ha marcado la carrera de Alice Cooper es la afición a la bebida. A mitad de los años setenta, el alcohol duro pasó de ser una diversión a un problema: un problema muy gordo para alguien que era tan famoso como Cooper. Hacia 1976, Cooper se había convertido en un icono global de la cultura pop norteamericana, comparable en popularidad al Pato Donald o Sinatra. “Cuándo bebía, y era casi todo el rato, no sabía dónde acababa Alice y empezaba yo. Pensaba que tenía que ser Alice todo el rato”, recuerda. La Alice Cooper Band empezó a tocar a finales de los sesenta, en el apogeo de la psicodelia. En Los Angeles, apadrinado en sus inicios musicales por Frank Zappa, Furnier “bebía con Hendrix, Jim Morrison, Janis Joplin. Eran mis amigos, mis colegas de juerga y murieron todos a los 27”, comenta.
Ya convertido en una superestrella, a mitad de los setenta, su afición por el bebercio y la compañía jovial cristalizó en la creación del club de juerguistas Hollywood Vampires, versión extrema y roquera del Rat Pack. Poca broma con el organigrama: preside Alice Cooper, vice Keith Moon. Miembros: John Lennon –en su “fin de semana perdido”, 18 meses prolíficos en música y cogorzas–, Harry Nilsson, Ringo Starr y el actor Mickey Dolenz. ¿Había algo de comida en el club masculino? “No recuerdo comer demasiado. Ten en cuenta que éramos todos alcohólicos sin ambages. Pero era muy divertido sentarte con Nilsson, Lennon o Moon y solo preocuparte de beber y reír. Construimos una burbuja alrededor de nosotros en la que podías librarte de la presión de ser quien eras. Sentados a la mesa nadie pensaba: ‘¡Oh, mira, la mitad de los Beatles… Alice Cooper… ¡Ese es uno de The Who!’. No. Solo éramos una pandilla de colegas privando”.
La culminación de su primera etapa alcohólica fue el disco Lace & Whiskey (1977), su tercero en solitario, una parodia de novela negra musicada en la que Alice Cooper abandona el personaje de la bruja –tomó su nombre artístico de una auténtica bruja de Salem– y se pone en la piel de Maurice Escargot, un investigador privado que empina demasiado el codo. Después de esa gira acometió su primera desintoxicación: “Siempre he sido conocido como bebedor, pero pasé por la coca como la mayoría de la gente. Y salí por el otro lado bien. Bueno, relativamente bien. Porqué como cualquier otra droga, casi te mata. Tengo la suerte de ser un superviviente, haberlo hecho todo y estar todavía vivo”. En su suave tono no hay ni rastro de bravuconería, más bien trazas de gratitud cristiana: hijo de un pastor evangelista, desde su desintoxicación definitiva, a mitad de los ochenta, es un cristiano renacido que cree literalmente en el Antiguo Testamento.
Mis amigos borrachos y muertos
A diferencia de otros coetáneos como Mick Jagger –quien todavía actúa como un adolescente de 70 años, pero cuya desmemoria y e infravaloración del pasado le llevan a incurrir en lo ridículo–, ni sus creencias ni su estilo de vida –cuando no está de gira dedica seis de cada siete días a jugar a golf y a la beneficencia– han amputado su vínculo con el pasado. De hecho, su reciente disco con la banda, The Hollywood vampires (2015), es un mirar atrás sin ira a los días de whisky y coca. Un disco de versiones que homenajea a los amigos muertos tocando con los que quedaron vivos: “Haciendo el cameo en Dark shadows, empecé a hablarle a Johnny (Depp) de los días en los que bebía cada noche con Lennon, Harry, Keith y toda esa gente. Y pensamos que sería genial montar una banda que honrase a todos nuestros amigos muertos. Johnny es un guitarrista muy bueno. Y Joe Perry, de Aerosmith, estaba en la misma habitación y exclamó: ‘¡Me apunto!”. El disco cuenta con la participación desinteresada y puntual de amiguetes como: Paul MacCartney, Brian Johnson, Tom Morello, Slash, Robbie Krieger, Dave Grohl o Perry Farrell. Cooper le resta trascendencia: “Lo más importante es que todavía amamos la música de aquella época, y tuvimos la ocasión de volver a tocar cosas de Yardbirds, Small Faces o The Doors. De la gente con la que bebíamos, vaya”.
Este elenco da fe de la importancia artística que todavía retiene la Alice Cooper Band original: una banda que inspiró a los Sex Pistols e incluso a Bowie, su enemigo íntimo, en el salto de cantautor etéreo a glam sideral. “David y yo nos empujábamos para avanzar. El hacía un disco, yo otro y la gente se preguntaba: ¿Quién és más ofensivo? Y pese a todo, éramos amigos. No competíamos sino que nos retábamos a avanzar”, puntualiza. En su apogeo artístico, la Alice Cooper Band fue la bestia obscena y negra del rock, el blanco favorito de comités de moralidad y meapilas. En 1973, miembros del parlamento británico quisieron impedir la entrada del grupo al Reino Unido. Shock rock y obscenidad fueron términos que se acuñaron en su honor. ¿Cree que hay algún tipo de género o artista que pueda ser considerado obsceno o chocante? “Ya no puedes conmocionar a ninguna audiencia. La CNN es mucho mas chocante que Rob Zombie o Marilyn Manson. La muerte real es mucho mas chocante que cualquiera de las cosas falsas que hacemos”. Y niega que lo suyo fuera especialmente crudo: “El primer shock-rocker fue Shakespeare. Macbeth está lleno de asesinatos, magia negra e incesto. Y pese a que la gente ya no se asuste de verdad, siempre es divertido intentarlo. Todavía les gusta y hasta les da subidón. No se esperan que parezca tan real. ¡Chas! Mira como cae la guillotina y rueda la cabeza”, ríe.
‘Alice for president’
Como David Jones hizo con Bowie, Vincent Damon Furnier ha sabido ‘ponerse’ cada día el personaje de Cooper durante cuarenta años y hacerlo vivir a través de diferentes encarnaciones. “La clave de mi supervivencia ha sido entender quién era Alice Cooper y coexistir con él. Aprender a encenderlo y apagarlo ha sido muy importante”, valora. Cuando el niño Vincent lo imaginó, lo hizo “como yo quería que fuera mi estrella de rock favorita. Lo quería oscuro, delgado, peligrososo, sexy y artístico. Y que confundiera a la gente. Antes de cada disco o gira me preguntaba: ‘¿Qué quiero que lleve Alice? ¿Qué tipo de canciones quiero que haga? ¿Qué quiero que diga?’ Y que conste que hablo de Alice en tercera persona porque lo es”, matiza.
Alice Cooper lleva ‘presentándose’ a presidente de los Estados Unidos desde 1972, año en que publicó su sencillo Elected y Nixon fue reelegido (cabe decir que la única postura política que adoptaba Cooper en aquel protovideoclip era la de abrazar a una manifestante que pedía “Boicot a la lechuga”). La ‘campaña electoral’ de 2016 consistió en una reedición de Elected y la venta de merchandising en la web votealicecooper.com. Ganó Trump, un presidente que parece salido de su cancionero clásico: una fusión entre el patán demagógico de Elected y el pilar de la comunidad caído en desgracia por haber sido pillado haciendo cosas sucias de ‘No more Mr. Nice Guy’. ¿Está contento? “Odio hablar de política. Cuando Lennon y Nilsson se ponían a hablar del tema, yo era el tipo en medio que decía ‘me la suda’. Es muy curioso, porque a cada presidente le dan las mismas cartas. Ahora las tiene Trump y ha de jugarlas. Pero no puede tomar ninguna decisión propia. No es un rey. No pueden hacer nada sin que 50 asesores detrás sancionen su decisión. Cada presidente tiene una representación diferente: Trump es muy peculiar, Obama era una estrella de rock, Bush tenía un estilo militar. Pero no tienen tanto poder como imaginamos. Ningún presidente puede tomar una decisión sin 50 personas detrás. O sea, que no puedo darles caña pero tampoco puedo halagarlos. Si te fijas, parece que cada presidente que hemos tenido sea un comediante. No me los tomo en serio”.
©Anna Huix