Presumo de tener un amigo de viejo, como los amigos deben serlo. Nos vemos de plato en plato. Cada año se presenta en casa al final de la primavera y rara vez se queda cuando el otoño arranca las hojas rojizas de los liquid ambar. Le encanta el bogavante fresco, el melón en bolitas y un buen vino de Godello.
Es una sopa rosada, que me enamora en junio y se marcha en septiembre. Como los navegantes que cruzan el océano en noviembre, con el otoño se marcha al Caribe a visitar otros paladares.
Hay días que es una sopa (y dice que los fideos son primos suyos) y otros que presume de apellido aristocrático y se siente más puré. Lo quiero tanto que, cuando lo veo, me bebo nuestra relación de un sorbo, y no dejo que el jamón lo salmoreje.
Mi amigo se llama gazpacho, y cuando lo meten en un bote se pone triste y se edulcora. Vivan las batidoras, el pepino, el tomate maduro en rama, la cebolla blanca y la pizquita de ajo. Vivan los curruscos de pan tostadito. Viva el verano.
ANDRÉS RODRÍGUEZ
Editor y Director de Tapas