Con más de 6.500 km de costa bañada por el Océano Pacífico, la despensa marina de Chile es de una riqueza abrumadora. Producto fresco y de primera calidad que llega a tierra de manos de pescadores, caletas y buzos. Luego, esa materia prima da forma a deliciosas recetas elaboradas por las cocineras ambulantes o chefs de restaurantes tradicionales o innovadores. “Pueblos ligados al agua y al mar para, a través de ella, configurar un estilo de vida particular y una gastronomía”, explica Marcelo Torres, cocinero y cultor gastronómico en Calbuco. De norte a sur, la variedad de degustaciones gastronómicas costeras es sorprendente.
Recorrer el país sin dejar de ver el mar
Empezamos en Iquique, que significa “lugar de sueños” o “lugar de descansos”. Ya sea para soñar o descansar, esta zona del extremo norte de Chile es conocida por el lenguado fresco, la paila marina (sopa de marisco) o el arroz con marisco. El restaurante Caleta Buena, que se alzó con el premio de Sabores de Chile, se convierte en el lugar ideal para degustar toda esta gastronomía marina que se sirve de su propia tripulación pesquera para hacerse con el mejor producto fresco.
Más abajo, en el centro del país, se encuentra Valparaíso, una de las ciudades portuarias más importantes de esta zona de Chile. Antes de comer, es una buena idea pasear por sus calles y contemplar su arquitectura colorida o empinados cerros. Luego, se puede ocupar una mesa en sus “picadas”, que son los restaurantes más informales de cocina tradicional, o en aquellos lugares de cocina de autor que han sido reconocidos por la lista 50 Best Discovery. Sea donde sea, el producto de calidad está más que asegurado.
¿Qué probar? La merluza al pil pil, la confitada al merkén (condimento picante) o machas (molusco) a la parmesana, que son la especialidad de Maitencillo, una playa a una hora de Valparaíso donde darse el gusto con buen marisco y el mar de fondo. Aquí, además, se ofrecen erizos, choritos (mejillones), almejas y un largo etcétera. A pocos kilómetros de Santiago, Valparaíso ofrece la posibilidad de, en un mismo día, estar en la cordillera de los Andes durante la mañana y pasar la tarde probando las delicias gastronómicas de la costa.
Ya en el sur se encuentra Valdivia, un lugar sorprendente con una enorme tradición en el ejercicio de la pesca artesanal. Aquí se sienten las influencias culturales de mapuches y colonizadores alemanes (típica es su tarta de manzana) para dar forma a platos como el curanto en olla, que combina mariscos, carne, papas y verduras, o la paila marina, una sopa de mariscos de temporada. Terminamos en una ciudad cercana a la punta más austral de la Patagonia chilena, Punta Arenas. Allí es de ley visitar su mercado y comprobar el producto fresco capturado en esa provincia en la que se conectan los océanos Atlántico y Pacífico.
Y es que este fue el principal puerto de navegación entre ambos océanos antes de que se abriera el Canal de Panamá en el año 1914. Paseando Punta Arenas se conoce su historia, su tradición y su cocina marina, con el chupe de centolla y los camarones al ajillo como recetas más representativas.