Opinión Salvador Sostres

Glug, un cielo nuevo en Barcelona

Glug tiene lo que ha de tener un restaurante nuevo: lleno total cada día, es decir, masa crítica; el acierto indiscutible de algunos de sus platos y platos que son caminos para crecer en los próximos meses. Ningún restaurante puede abrir redondo y terminado y lo que importa de los nuevos no es tanto si “me gusta” o “no me gusta” como si “me interesa”. Glug causa interés, Glug se pelea con sus límites e intenta plasmar una idea de la cocina y una sensibilidad en cada plato. Es un restaurante pensado para cocineros y para foodies, para quienes la cocina es una fuente de cultura y de conocimiento. También de placer, por supuesto, pero de un placer que viene más de la inteligencia que de la materia, más del talento que se ha puesto en tratar aquel producto de una determinada manera que del producto tal cual, aunque todos los productos de la casa son buenos, salvo los quesos. Hay a veces un empeño “demasiado” culto en no comprar los quesos en la Viniteca, y se acaba cayendo en despropósitos como Can Luc: es el caso de Glug. Querer ser original es la actitud correcta pero hay veces en que no queda otra que rendirse a la evidencia.

Glug es una barra dialogante, reflexiva, para preguntarse el por qué y hallar la respuesta. Es una barra noble, con los taburetes cómodos aunque tal vez un poco altos, y tiene curvas en los extremos para que cuando somos 4 o 6 podamos vernos. La croqueta de macarrones, la sopa de cebolla que el queso lo lleva en forma de raviolis de Conté, los “espaguetis” verdes de acelga son platos sabrosos e intelectuales y por eso a su lado, el calamar relleno, más físico y sin ninguna idea, aunque no es malo, parece menor.

Con llenos tan absolutos en casi todos los serviciod, Glug se puede permitir confiar en sus clientes tanto como sus clientes confían en la casa. Da la sensación que por lo menos de momento, sus autores Beatrice Castella e Iván García van con el freno de marcha puesto como para no cometer errores. Claro que vais a cometer errores, como todo el mundo que intenta hacer algo realmente bueno. Vuestro encanto y vuestro futuro no consiste en no equivicaros sino en pareceros a vosotros mismos radicalmente. Queremos más, y más fuerte, aunque a veces “no me guste”. Cuando el talento es tu principal baza, tu gran error no es equivocarse sino no arriesgarte hasta que te salga como habías imaginado.

La delicadeza, el fino equilibrio de los platos, el interés de un público muy bien elegido a través de los horarios y la estética del local, muy lograda por el arquitecto Óscar Domínguez y puesta al servicio de la filosofía de Glug, lo convierten en un restaurante cuya esencia es no va a estar nunca acabo, y siempre estará evolucionando hacia algo. Los dueños tienen que aprovechar su juventud y ganas que tienen de gustar para ser creativos, para probar y para probarnos, y para dar a la casa el espíritu de Gresca o de Lolita de aquellos años en que cualquier cosa podía pasar en cualquiera de estos dos restaurantes.

Reservar en el día es imposible y hay que aguardar al rebote de las cancelaciones. Alrededor de Glug se ha concentrado una euforia justa y merecida por ser un restaurante con voz propia, diferente de los demás pero sin resultar extravagante y siendo su cocina comprensible. Glug abre un cielo nuevo casi sin quererlo y de ahí que sus autores estén más asustados que sus entusiastas y asiduos clientes. De todos modos da igual, porque es cuestión de tiempo que la timidez se supere.

Hace calor, hay que recordar que la temperatura deñ gasto es el frío. Hay que no almorzar si se quiere cenar en Glug, y lo mejor es llegar a primera hora, a las 19:30, y quedarse hasta el final para poder beber más vinos -y cuando mejoren, acompañados de los quesos. Yo no tomo nunca postre pero me han dicho que el corte de helado de palomitas es excelente.