Hay dos momentos y yo creo que sólo dos en que el hombre ha mirado cara a cara a Dios y le ha ganado. Son dos momentos que guardan una nada sorprendente relación familiar, uno tuvo lugar en 2003 y el otro como quien dice, acaba de acontecer. Ferran Adrià llevaba ya tiempo en conversaciones con Dios, unas conversaciones largas y fructuosas, pero hasta aquel año habían sido todas ellas en sentido descendente. Hablaba Dios, Ferran tomaba nota. En 2003 con la aceituna esférica Ferran se cansó de escuchar y habló y le dijo yo he hecho esto que es mejor que lo que hiciste tú, y realmente su aceituna es mucho mejor que la de la Creación. Cuando en febrero de 2011 me llamó Pedrojota para decirme que Santi Santamaría había muerto le dije que en verdad había muerto mucho antes, atropellado por la aceituna esférica.
La esferificación, y concretamente la aceituna esférica, marcaron para siempre la diferencia entre la creación y la artesanía. No la “creatividad”, que es un eufemismo en el que cualquiera cabe, como las “nacionalidades” que la Constitución consagra. No. La creación en el sentido de hacer algo nuevo y mejor aunque no siempre sea necesario desafiar a Dios. La aceituna esférica con su intensidad superior, con su textura extrema y la explosión de gusto y la seda que deja; la aceituna esférica, intelectual y científica, y a la vez juguetona, porque la mecánica de Dios es jugar y precisamente con un juguete le ganó Ferran; la aceituna esférica para andar a dos centímetros del suelo, pisan el aire los genios.
Han pasado veinte años, ahora que de todo hace veinte años. El Bulli ha cerrado, han abierto los mexicanos. El viernes cenaba en Nobu con mi hija y el Padre Carlos y de unos meses a esta parte esto es lo que hago, pedir helados sobre las 21:00, por Glovo, al Gelato Collection -El Bulli nunca supo poner nombres- de Albert Adrià y Alfredo Machado. Mira si El Bulli es malo poniendo nombres que aprovechando al socio iban a ponerle Al Fredo. Por suerte estaba ya registrado, porque ahora imagínate tener que contar un chiste tan malo cada vez.
Pedí algunos helados para los chefs y los camareros y para María y el Padre Carlos, el esencial de lichi y rosa, y para probar uno nuevo, el de albaricoque. Me llamaron de la tienda para decirme que albaricoque no quedaba y que me ponían melocotón y la verdad es que no hice demasiado caso. Un poco sí, por ser novedad igualmente, pero yo lo que quería y esperaba era mi helado de rosa y todo lo demás me parecía de muy poca importancia. Hasta que llegó el melocotón en su cajita, y en la primera cucharada creí estar comiendo el mejor melocotón de la Tierra. No algo muy parecido al melocotón. No un melocotón muy bueno. No el mejor melocotón de mi vida. Un melocotón con el que Alfredo Machado se ha subido a su Cruz y le ha dicho a Dios: he hecho un melocotón mejor que el que hiciste tú, aprende a reír. Otro juguete para superar al Creador, han pasado veinte años. La textura como la carne de la fruta, el gusto más letal, más efectivo, el azúcar como si casi no estuviera. Un melocotón revisitado, elevado y vuelto a crear, para ganar al Gran Hacedor.
Dios sale poco en los artículos y cuando sale es siempre por asuntos engorrosos y menores, como la religión, la filosofía, o para insultarlo. Hay que hablar más de Dios, y para asuntos serios como las aceitunas, los helados y tantos otros juguetes. Sus regalos deberían de llegar. Hay que medirse más con Dios y menos en la riña sectaria con el vecino, con el que sólo conseguiremos empatar a mediocridad e intrascendencia. Hay que mirar a más Dios, jugar más, invitar a helados; quejarse menos y recordar que aunque remota, existe y nos define una semejanza.