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Lo más parecido a un roscón que vio por primera vez el mundo fue una torta redonda que se repartía entre plebeyos y esclavos durante las fiestas saturnales de la Antigua Roma. Siete días orgiásticos en honor a Saturno, el dios de la agricultura. Los trabajos en el campo cesaban, y la conclusión de la siembra de invierno dejaba a campesinos y esclavos domésticos tiempo para el descanso. Se conmemoraba así el fin del período oscuro del año y el nacimiento del Sol Invicto, que vencía a la oscuridad a partir del solsticio de invierno. Aquello era un desmadre de túnicas, ánforas de vino, romanos empachados en el triclinio y senos de mujer asomándose por las estolas, como en un péplum al estilo de las escenas de Cabiria.
Durante las saturnales se elaboraban dichas tortas redondas, con higos, dátiles y miel. En el siglo III se introdujo la costumbre de meter en su interior un haba seca. El que la encontraba era designado “rey del banquete” durante un breve período de tiempo. La costumbre quizá se relacionaba con la inversión de roles durante la festividad: las jerarquías sociales se esfumaban y los señores servían a sus esclavos, a los que reemplazaban en sus tareas y concedían raciones extra de vino y comida.
Según el gastrónomo Néstor Luján, la costumbre de esconder un haba dentro del roscón provendría de un juego de roles llamado Basilinda, “el juego del rey”, durante el que los niños griegos elegían un efímero rey que podía designar a príncipes y dar órdenes que habían de cumplirse inmediatamente.
La cristiandad se apropió de las Saturnales en forma de Navidad. En los días siguientes a esta, solía haber excesos y representaciones irreverentes en los templos a manos de sacerdotes extravagantes, con obscenas exal- taciones en presencia del pueblo: se ponía la mitra a un asno o se bebía en los altares. Se recordaba así la fragilidad del orden social, como en Roma. Pero el Concilio de Trento puso fin a estos excesos.
De todo ello, en Francia, pervivió el roscón. Allí tuvo la forma del actual gâteau des rois con que los galos celebran el 6 de enero, un brioche en forma de aro aromatizado con agua de azahar y recubierto de azúcar. Los historiadores franceses creen que la tradición del roscón se instauró a través del Papado de Aviñón, el periodo de la historia de la Iglesia católica, en el siglo XIV, durante el que siete obispos de Roma residieron en la ciudad de Aviñón. Aquel brioche estaba decorado con frutas confitadas que supuestamente representan las joyas de la corona real, aunque según otras versiones son una metáfora de las esmeraldas y rubíes que adornaban las capas de los Reyes Magos.
La costumbre de ponerle un haba habría sido impulsada por Luis XV en su corte, donde se preparaba una gran rosca como las que se hacían en honor del dios romano Jano, con regalos en su interior y un haba seca, o moneda, que granjeaba a quien la encontraba de las atenciones y el respeto de sus amigos. La fama que adquirió en Francia desató incluso una guerra entre panaderos y pasteleros para obtener el monopolio de su venta en el siglo XVI. Ganaron los pasteleros, que vieron confirmado su privilegio por vía parlamentaria hasta el siglo XVIII.
La costumbre no fue bien vista por los supersticiosos meñiques estirados del Antiguo Régimen, a los que el roscón les parecía una fuente de subversión y embriaguez. No iban desencaminados: durante la Revolución, cuando la aristocracia fue descabezada en los cadalsos, la fiesta del rey se convirtió en la fiesta de los sansculottes, y se llegó a procesar a los pasteleros delincuentes.
En el siglo XVIII, coincidiendo quizá con la llegada de los Borbones al trono español, llegó a nuestro país la costumbre de celebrar la Epifanía con un pastel en cuyo interior se embutía un regalo. El roscón tardó en arraigar: en enero de 1848, El Heraldo de Madrid se hacía eco de la costumbre que se observaba en diferentes países de Europa, “desde tiempo inmemorial”, todos los años en los primeros 15 días de enero: “Entonces suelen reunirse varias familias o amigos con objeto de comer un gran bizcocho que llaman torta de reyes. Se introduce una almendra en dicha torta, esta se divide en tantos pedazos como concurrentes haya en la reunión, y aquel a quien le toca en el que se halla la almendra se llama rey o reina” y pagaba la merienda.
Veinte años después, la prensa seguía explicando a sus lectores en qué consistía la tradición de la torta de Reyes. Primero fue una costumbre copetuda y afrancesada. En 1887, el vespertino monárquico La época informaba de que la Duquesa de la Torre repartiría entre sus contertulios la torta de Reyes. Y es que en ese fin de siglo, las clases populares se conformaban con la mona de Pascua, que se exhibía en los escaparates de las pastelerías y confiterías de segunda fila, porque el popular bollo no tenía la suerte de figurar “como su aristocrática compañera» la torta de Reyes, con su correspondiente coscorrón, en las patisseries fashionables de buen tono donde se desenvolvía la crème y highlife madrileñas. El roscón aún tardaría un tiempo en adquirir el incontestable carácter popular que hoy tiene. Pero poco a poco se haría un hueco en los hogares españoles para dar la bienvenida a los Reyes Magos de Oriente.