¿Oficio o profesión, carrera o especialización? Lo de convertirse en coctelero es algo que, francamente, mejor aprenderlo haciendo un máster en eso que llaman ‘la universidad de la vida’. Porque los cocteleros no nacen, sino que se hacen a base de experiencia y paciencia, pero también siguiendo una serie de códigos que reúnen, como si de un club privado se tratase, a los mejores dentro de una misma categoría. Vale que el secreto está en las recetas y cómo menean la coctelera, pero detrás hay un protocolo del buen anfitrión que va más allá de la copa. “Porque cualquiera puede hacer un cóctel, pero no cualquiera puede hacerlo bien y con estilo”. Sabias palabras que salen con acento argentino y a gran velocidad de la boca de Fede Cuco, uno de los cocteleros más influyentes del panorama latinoamericano, dueño de Verne Club en Buenos Aires. Él aprendió la profesión al más puro estilo old school, es decir, de la mano del decálogo de estilo de otros cocteleros. “Para hacer las cosas bien tenés que manejar tu carrera como manejás tu bar o un cóctel: base alcohólica, saborizante y el garnish. Tu base es tu conocimiento y tu preparación, lo que le da sabor es tu personalidad y elegancia. El toque final lo ponen ahora las redes sociales –herramienta fundamental en el siglo XXI– para todo coctelero novato que quiere hacerse notar”.
Pero el encanto de la figura del coctelero se expande a los detalles, como cuando te reciben tal si fueses la nueva promesa del pop o te atienden con elegancia cuando te acercas con discursos al estilo de “vengo de una copiosa comida y necesito algo fresco a la vez que sabroso… pero sin ser muy fuerte. Y en vaso corto en vez de largo, a poder ser con vodka en vez de ron y con una guinda extra”. Porque, como dice Cuco, antes de aprender a ser barman hay que aprender a ser un señor o una dama de la barra, a imagen y semejanza de Mizaru, Kikazaru, Iwazaru, los tres monos sabios. Y tiene razón, porque cualquier cosa elaborada con clase siempre sabe mucho mejor (vernecocktailclub.com).
©DiegoMartínez