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El mito de Popea

 

Verdad o quimera. De cabra, burra o camella… ¿Es la leche una fuente de juventud?

Ordeñar una burra no es tarea fácil: tiene dos pezones y un pequeño depósito, por lo que el vaciado sólo puede hacerse tres veces al día durante un máximo de cuatro meses. Y todo para obtener entre 1,5 y 2 litros de leche. No es de extrañar por tanto que Popea, la bella esposa del emperador romano Nerón, viajase con un séquito de 300 burras para garantizar su lavatio matutino. Quizá un hábito un tanto excéntrico, pero es que para la joven Popea la leche de burra tenía algo mágico que hacía disipar cualquier mal que acechase su belleza. Frotaba sus mejillas siete veces al día para mitigar arrugas y mantener su blancura. Elaboraba una pasta, conocida como Tectorium, que aplicaba en su rostro y dejaba actuar toda la noche: la primera mascarilla facial de la historia. Pero no solo fue Popea, mucho antes, Cleopatra VII se aprovechó del jugo de las asnas para preservar su juventud. E Hipócrates, el padre de la medicina, la recomendó como cura de todo mal. ¿Qué tiene este precioso elixir que bellas de todos los tiempos, de Cleopatra a Paulina Bonaparte, no dudaron en incorporarlo a sus recetas secretas de belleza? A grandes rasgos, numerosas vitaminas: laB, A (crucial para la regeneración de la piel), C, D y E (poderosos antioxidantes que ralentizan el envejecimiento), minerales (calcio y magnesio), proteínas, enzimas y ácidos grasos, pero el más destacable es el ácido láctico (sustancia resultante del proceso de fermentación de la lactosa, proteína principal de la leche), un Alfahidroxiácido (AHA) que penetra lentamente en la epidermis, de acción queratolítica o exfoliante que desobstruye los poros pero sin causar estragos, elimina las células muertas y reactiva el proceso natural de regeneración celular.

Quizá estas son suficientes credenciales para mantenerse impávida a lo largo de los tiempos, desde las tinajas egipcias al cuarto
de baño de las abuelas que, con
yogur natural, resolvían sus asuntos de belleza exprés. Incluso hoy hay quienes la han convertido en su reclamo de venta, como el spa del Hotel Tanneck en Fischen, Alemania (hotel-tanneck.de), que se centra en la leche fresca de vaca para hacer sus envolturas corporales, mascarillas faciales y baños que combinan con hierbas medicinales alpinas y miel para reforzar sus virtudes.

Y, ya metidos en cuajada, ¿todas son iguales? Aunque la composición
de las diferentes leches animales es básicamente la misma, hay sutiles diferencias que hacen que unas sean preferidas a otras. La leche de burra, por ejemplo, es la más similar a la leche humana, es más fluida porque contiene menos grasa y más enzimas, como lisozima y lactoferrina, dos potentes bactericidas. La de camella, aparte de menos grasa, tiene un porcentaje mayor de vitamina C y hierro que la leche de vaca. Las antiguas mujeres jordanas y africanas la extendían sobre la piel por su acción curativa. Según estudios, el suero de la leche de camella tiene más factores inmunitarios que otros tipos de leche, quizá por tener que adaptarse a las condiciones agresivas del desierto. Esto la convierte en un buen remedio para pieles con problemas, como eczema o acné. La de cabra tiene hasta un 47% más de vitamina A que la leche de vaca, y sus ácidos cáprico y caprílico acaban con las células muertas sin alterar el manto ácido, pues su pH es muy similar al de la piel humana. Las lipoproteínas presentes de forma natural en sus moléculas grasas, por ser más pequeñas que las de otros tipos de leche, son absorbidas con mayor rapidez.

¿Una panacea? Tampoco nos empachemos porque al parecer su acción cosmética es más bien liviana. Aunque es cierto que suavizan y aclaran, devolviendo en cierto modo la luminosidad, su concentración
de activos no es tan potente como para provocar cambios drásticos en la piel. Para conseguir una acción algo más destacable nos tenemos que ir a sueros concentrados como el calostro, la primera sustancia secretada por las glándulas mamarias después del parto antes de convertirse en leche, un jugo rico en aminoácidos, inmunoglobulinas y factores inmunitarios, lactoferrina, lactobacillus… y lo más importante: factores de crecimiento, sustancia crucial para estimular la proliferación y supervivencia celular. ¿Cómo se traduce en la piel? Su cóctel de activos acelera la cicatrización de los tejidos; la lactoferrina tiene una acción anti-inflamatoria y bactericida perfecta en ciertos casos de acné; los fosfolípidos, componentes esenciales de la membrana celular, intervienen en la reestructuración epidérmica mejorando el aspecto de las arrugas; y los factores de crecimiento epidérmico, epitelial y del fibroblasto ayudan en casos de pieles finas para reforzarlas por su acción para potenciar la formación de colágeno. ¿Más argumentos? Blanco y en botella.