De aquellos mares… estas sales. Literal. Toca pregunta retórica: ¿por qué hay sal en Poza de la Sal (Burgos)? Termina el tórrido julio del 22 en el pueblo de Félix Rodríguez de la Fuente. Tierra extrovertida y orgullosa de su Fiesta Salinera, que este año ha celebrado su tercera edición. “En su origen aquí estaba el Mar de Tetis. Los documentos históricos nos llevan hasta hace doscientos millones de años, cuando la tierra no estaba configurada. Este mar comunicaba el Cantábrico con el Mediterráneo y partía la Península Ibérica en dos”. Es decir, Madrid ya era el Finisterre del momento. Quien cuenta esto es Narciso Padrones, oriundo de Poza, jubilado que divide su tiempo entre Getxo y Poza de la Sal, donde es presidente de la Asociación de Amigos de las Salinas, compuesta por trescientos miembros entre vecinos y enamorados del pueblo. Vestido de blanco con fajín y pañuelo azul, el color de la vestimenta tradicional pozana, “Narci”, como lo llaman sus conocidos, es historia viva.
“De ese mar quedó un lago con sus ríos y arroyos, caudales que, con el paso de los años, fueron tapando la sal que, poco a poco, fue evaporándose. En las inmediaciones del Páramo de Masa, en un falso cráter de unos 2,5 kilómetros de diámetro, se encuentra el famoso diapiro, un fenómeno geológico único con el yacimiento salino en su subsuelo, incluido en 1983 como Punto de Interés Geológico dentro de la Codillera Cantábrica. El coupage de este fenómeno lo conforma el siguiente festival de materiales: arcillas, yesos, ofitas (rocas de carácter volcánico) margas, piedra, sal.
La historia del proceso salinero es la de su evolución con el entorno: “Al ser menos densa que el resto de los minerales que la rodean, la sal actúa como el aceite en el agua: busca la superficie”. En Poza, la sal no sacó la cabecita del todo, sino que quedó entre cuatro y treinta y cinco metros de profundidad. Aquí, entre las tierras de Atapuerca y Peña Amaya, cuando los animales descubren esos manantiales de sal, conocidos como espumeros, los ancestros de nuestros ancestros harían pequeños pocitos en esos manantiales, haciendo sal por ignición, con fuego. “Hacían una bola de sal, la cargaban en sus caballos y se iban por otros poblados intercambiándola por otros bienes”.
Porque esta es la historia de la sal, pero también la de aquellos arrieros que siguieron utilizando el salario argentum con el que los romanos pagarían a los legionarios. Todo el mundo se encandiló de este pueblo harto salao: desde el cartógrafo Ptolomeo, cuando encontró la ciudad autrigona de Salionca, hasta los monasterios, que bien sabían los monjes que quien tiene sal, tiene dinero y, por lo tanto, poder. La sal llegó a tener tal importancia que siempre mantuvo a la Corona ligada con las salinas pozanas. “En 1564 Felipe II logra el monopolio de la venta de sal tras perder contra la Armada Invencible”. El reino ostentaba el negocio, pero eran los pozanos los que gestionaban su Salero terrícola. Hoy las ruinas de tres de los Almacenes Reales todavía pueden verse en los extremos del Salero. En 1868 tras la caída de la monarquía borbónica, las salinas quedan en manos de los propietarios pozanos”. La fiesta se arma, el salero sale a flote; la personalidad, queremos decir.
Pedro Padrones es gerente de Turismo en Poza de la Sal y propietario de la Casa Rural Salionca. Pronto comercializará la sal con un diseño de la etiqueta donde aparezca la figura del amigo Félix. “Toda esa historia nos ha hecho contar con un carácter extrovertido. La sal en Poza, además de para la alimentación humana y de los animales, se utiliza en los bautizos. A los niños se les da un poquito de sal para que salgan salaos. Y también hay una canción que dice: “Llevo la sal de Poza en el bolso por si acaso me caso con algún soso”. Pero luego, también esos arrieros que antaño llevaban la sal a los pueblos, cada día dormían en una casa diferente y volvían cargados de noticias e información”.
Más tarde llegaría el ferrocarril, por lo que el transporte en carro de la sal hasta el Bierzo, Salamanca o Portugal pasa a mejor vida. En 1960 los últimos salineros dejan de trabajarlas. “Pero en 1991 un grupo de pozanos medio locos vemos que el Salero se nos está marchando”, introduce Narci. Esa locura llega hasta hoy, en plena tarde veraniega llena de selfies en el Salero pozano, donde los vecinos muestran al mundo cómo la sal se elabora hoy exactamente igual que hace quinientos años. “Fabricamos la salmuera en profundidad, que, por vasos comunicantes, la sacamos al exterior con una concentración en sal entre 23 y 25 grados Bome. Es decir, obtenemos unos 250 gramos de sal por cada litro de salmuera. Después, esa salmuera la echamos en las eras de cristalización y son
el aire y el sol los que se encargan de evaporarla”. El salinero, desde unos arquetones, va cogiendo salmuera con una regadera de madera y la lanza al aire, lo que hará que se micronice. Et voilà: en dos minutos tenemos la sal. “Eso sí, cada hora hay que ir regando las eras”. Manos, madera, agua, viento y sol. Un pozo, cinco eras y varios arquetones. Una caña, una choza de madera para los aperos y otras tantas abiertas para que la sal se oree. Oye, y que este Salero no sólo es Bien de Interés Cultural, sino que tiene su propia patrona, Santa María Magdalena. Bien dice Narci que, al final, el oro lo buscaba muchísima gente, pero la sal, todo el mundo.
Pedro Padrones es gerente de Turismo en Poza de la Sal y propietario de la Casa Rural Salionca. Pronto comercializará la sal con un di-