La intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir, de forma normal, el azúcar que presenta la leche. Y por ello, para los intolerantes, se crearon estos productos. Pero, los beneficios –aunque solo sean para las personas intolerantes- y la ausencia de pesadez estomacal han llevado a que los productos –sobre todo la leche– sin
lactosa sean comprados con frecuencia por todo tipo de individuos, generando así
el boom de los alimentos sin lactosa.
No obstante, estos no son tan positivos para cualquiera. Estas son algunas razones:
-Que los productos sin lactosa sean más fáciles de digerir no significa que sean
más digestivos.
-Nuestro organismo podría tender a relajarse, provocando que este se
acostumbre a estos productos y, de esta manera, produciendo pequeñas
intolerancias temporales a la lactosa.
-La leche sin lactosa no tiene por qué tener menos azúcar. Para eliminar la lactasa,
lo que hacen es romperla, haciendo el mismo proceso que haría el aparato
digestivo. Añaden lactosa en glucosa y galactosa, a través de levaduras y bacterias
inocuas.
-La leche sin lactosa es, generalmente, semidesnatada o desnatada, por ello, tienen
menos valor calórico y menos grasa. Aun así, ingerirla, como hemos mencionado
antes, puede afectar a tu organismo produciéndote una alergia temporal que no padecías. ¿Solución? Leche desnatada o semi con lactosa.
-La leche sin lactosa es de media un 30% más cara que la leche entera.
-La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha difundido un informe
en el que avisa que está prohibido utilizar el término health claim (alegación
saludable) para la eliminación de lactosa ya que no se ha demostrado que la
ausencia de esta repercuta de forma positiva en la digestión de un individuo sano.
-Si un niño deja de tomar lactosa, su organismo podría empezar a producir cada
vez menos, hasta el punto de que, al volver a ingerir un alimento con lactosa,
experimente los síntomas de forma temporal.
