Cuando abrimos la bolsa de nueces, almendras, cacahuetes y otros frutos secos parece que ya no hay forma humana de cerrarla. Sin quererlo se vacía y rezamos para que se vuelva a llenar (en su defecto, abrimos otra). Prometemos, sin éxito, no volver a comer más guarrindongadas de este tipo, sin saber que una ración diaria de frutos secos puede hacernos mucho bien y alejarnos de sus falsos mitos. Sólo tenemos que saber a qué hora del día es mejor tomarlos.
La cantidad que quepa en medio puño es la medida perfecta para disfrutar de esos frutos secos que tanto nos gustan y que tan culpables nos hacen sentir cuando nos llenamos la boca de ellos. Pero si sucumbimos al ojo de buen cubero y nos fiamos de la cantidad que se quede en medio puño cerrado, no tenemos por qué sentirnos culpables.
Al revés. Los frutos secos nos aportarán energía, por lo que estaremos más activos, absorberemos sus nutrientes, ayudarán al correcto funcionamiento de huesos y órganos y nos saciarán el hambre para llegar con menos ansia a la siguiente comida.
Pero todo esto está permitido y recomendado si respetamos los horarios más aconsejables para tomarlos.
A qué hora tomarlos
Una buena opción es la hora de la merienda: volvemos al trabajo con la digestión sin hacer y recae nuestra energía, además de empezar a notar el gusanillo dos horas después de terminar de comer. Comer frutos secos en ese momento nos dará la energía que necesitamos para seguir con la jornada, los entenderemos como nuestra merienda y nos quitaremos el hambre de encima.
La otra, el snack de media mañana, que hará que no llegues a mediodía con el ansia de querer comerte un jabalí.
Por último, también son estupendos si los empleas como otro ingrediente más, pero no el más abundante, de nuestros platos del mediodía. Esto es, como condimento de ensaladas, para cremas caseras o rebozados.