Toma Nota

Autofágiate, anda. Autofágiate.

Amigos y amigas: la autofagia ha llegado. Antes lo hicieron otras modas, pero todas eran pasajeras. Tampoco os vamos a engañar; lo más probable es que la autofagia sea más de lo mismo. ¡Pero qué importa! Si con sólo nombrarla, uno se siente mejor: autofagia, autofagia, autofagia. Qué maravilla. Y todo gracias, una vez más, a los gurús de lo saludable y lo eterno.

Para que nos enteremos, la autofagia es un mecanismo de regeneración natural que ocurre en tu organismo a nivel celular. Lo interesante del asunto es que reduce la probabilidad de caer enfermo e incrementa considerablemente la esperanza de vida. Ante semejante descubrimiento, ¿quién puede evitar aplaudir a Yoshinori Ohsumi, el científico japonés que ganó el Nobel en 2016 gracias a sus investigaciones sobre la autofagia? Vale, en 1960 ya se hablaba de este proceso, pero no se reconoció su importancia hasta que Yoshinori puso las cartas sobre la mesa en los 90.

Vamos a intentar explicar el asunto como si fuésemos vuestro cuñado en la comida del domingo: “Autofagia viene del griego y significa “comerse a uno mismo”. Le pusieron este nombre porque la movida en cuestión, así, a grosso modo, hace referencia al proceso de degradación de las células y reciclaje de sus propios componentes. No preguntéis cómo ni por qué, pero el tema es que así se obtiene combustible para generar energía y se crean los bloques básicos que se necesitan para la renovación celular. En resumen, y para que todo quede bien clarito, las células usan la autofagia con el objetivo de deshacerse de las proteínas dañadas y de los organelos, un asunto bastante complejo para el que utilizan los lisosomas -que ya son otra historia en la que es mejor no meterse-. El tal Ohsumi se dio cuenta de todo esto, y ahora la industria farmacéutica se vuelve loca intentando descubrir la forma de estimular ese proceso de regeneración. Por eso la autofagia está de moda y los gurús del infinito le rezan a través del ayuno, la restricción de carbohidratos y el ejercicio de alta intensidad”.

Cierto es que algunos académicos -como el doctor David Rubinsztein, de la Universidad de Cambridge- apoyan las palabras de vuestro cuñado con numerosos estudios probados en ratones, según los cuales “este proceso puede activarse usando herramientas genéticas, fármacos o el ayuno… y los animales tienden a vivir más”. Ahora bien, también hay que decirle al cuñado en cuestión que de momento no se sabe cómo aplicar esto al ser humano. El doctor Rubinsztein se lo puede explicar mejor que nosotros: “En los ratones, tú ves los efectos del ayuno sobre el cerebro en 24 horas (…) Sin embargo, no sabemos cuánto tiempo de ayuno necesitarían los humanos para apreciarse estos cambios”.

Como ocurre con cada cosa que se pone de moda, a la autofagia le han salido colegas y enemigos por todas partes. Tampoco vamos a culparles; sólo quieren su medalla. ¿Y nosotros? Nosotros sólo queríamos hablar de tu cuñado y comprobar cuántas veces se puede poner autofagia en un artículo sin que resulten demasiadas.

Autofagia, autofagia, autofagia.

Suficiente.